domingo, 6 de febrero de 2011

Darren Aronofsky Gourmet (1 parte)


*A propósito del último film de Darren Aronofsky, El cisne negro, una breve crítica a tres de sus películas que conforman su corta filmografía.

Caos y causalidad
Pi (1998), opera prima del director Darren Aronofsky, es un thriller psicológico que gira en torno a los temas de la teoría de los números y la numerología, el caos del orden humano y la crisis mental de un matemático. Max Cohen es un genio con los números, aunque también un ser recluido en su departamento y obsesionado con una única meta: descubrir el orden del caos.

Aronofsky en su primer filme se define como un director complejo, no sólo porque gran parte de su guión está sostenido bajo un código matemático especializado, sino por la misma atmósfera que recrea dentro del límite contextual en el que se sitúa Max. El retrato que grafica el director es un blanco y negro que cristaliza el mundo claustrofóbico percibida por la paranoica imaginación del matemático. Los escenarios y los encuadres son cerrados, muy limitados, sea dentro del cuarto habitado por el mismo Max o en el subway de una ciudad. Escaleras estrechas, los angostos pasajes y zonas deshabitadas por la que el personaje principal va rondando, son comunidades asociadas a la mentalidad del mismo Max.
El lenguaje de la naturaleza, según palabras del genio numérico, está sostenido por los números. Todo lo que nos rodea está regido por un lenguaje numérico, por lo tanto, al ser la misma naturaleza una realidad donde el caos es un rol primordial para que exista un equilibrio dentro del orden, será preciso descubrir o descifrar el comportamiento del sistema numérico; ese llamado lenguaje natural. Decodificarlo implicaría predecir el desorden que, por ejemplo, se produce a diario en la bolsa de valores. Es así como Max a diario se sienta frente a “Euclides”, su computadora, para poder descifrar el comportamiento numérico basándose en el número pi, el valor por excelencia para distintas fórmulas matemáticas.

Pi se conduce al género del thriller cuando entran a escenas dos símbolos: el religioso, representado por una secta de judíos, y el mercantil, representada por un grupo de agentes del Wall Street, personajes que además pueden figurarse como la política económica de la sociedad mundial, englobando así una universalidad más general. Ambos bandos están detrás del personaje de Max. Cada uno sabe que este individuo posee bajo su ingenio la posible habilidad de lograr codificar el sistema numérico, algo que posteriormente alcanzará bajo el resultado de un valor numérico compuesto por 216 dígitos. Esto para el grupo religioso significa el descubrimiento del verdadero nombre de Dios. Esto, según los textos sagrados, les abriría el camino de su Era Mesiánica, mientras que para los agentes de la bolsa de valores significa un riesgo mercantil que colapsaría el orden mundial.
Como ocurre en filmes de Alfred Hitchcock, los seres más normales, víctimas de obsesiones personales, de pronto se ven implicados en una problemática amplia que engloba un riesgo para su persona. Darren Aronofsky crea una balanza –o paradoja –tanto en su temática como en el mismo personaje en Pi. El mundo paradójicamente es orden y caos a su vez, siendo la obsesión del personaje principal enterarse del orden de ese caos para poder hallar el camino al orden; el desequilibrio. Esta obsesión ha provocado en Max una insalubridad que se manifiesta con continuas migrañas, sangrados nasales, ansiedad, automedicaciones y, por último, un halo mesiánico al sufrir de una serie de epifanías. Es un genio frágil, un hábil matemático que está a punto de colapsar, similar a una máquina a punto de reiniciarse. Ciertamente, eso es lo que ocurre al final del filme. Max es víctima de una responsabilidad que es incapaz de controlar; se ha enterado que la respuesta es la perennidad del caos.

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