viernes, 26 de agosto de 2011

El último guerrero chanka


El estrenar un filme regional en el escenario comercial limeño es de por sí una proeza, realidad a la que muy pocos directores han logrado alcanzar, tal es el caso de Flaviano Quispe con su película El huerfanito (2004), estrenada luego que esta tuviera una exitosa acogida en provincia. Naturalmente la temporada de estas películas en Lima son cortas, con apenas una a dos semanas, no más, situación que de paso ocurre en línea general con el cine nacional, salvo el caso de algunas películas que se acercan con grandes –no hablamos de ciertas –expectativas sea porque han sido consagradas en el extranjero con algún mérito, caso más cercano y conocido es el de La teta asustada (2009). Entonces, está demás comentar que cómo es posible que una película como El último guerrero chanka (2011) haya durado apenas una semana en la cartelera limeña.
Está claro que el problema aquí no se trata que si existe o no discriminación de parte de las salas comerciales que a la primera semana ya están quitando de escena los filmes regionales; eso sería un juicio cínico. Tanto el cine regional como el cine limeño tienen actualmente el mismo estigma, de tener los días contados en la cartelera comercial, y esto sucede, aunque suene a deja vu, por dos razones cruciales: el enmudecimiento mediático y la escasez del público. Si la gente no va a ver una película, entonces es más que obvio que será retirada esta a los siguientes días. Y aunque suene lerdo, si la gente no está enterada de cierta película, entonces es natural nadie recurrirá a las salas de cine a verla. El último guerrero chanka, así como la mayoría de películas nacionales, ha sufrido de estas dos deficiencias.
A esto muchos dirán, “y qué ocurre con las cuantiosas notas previas a su estreno”, televisión, radio, prensa escrita, web, todos los medios de comunicación confabulados, cubriendo lo que sería uno de los eventos cinematográficos con mayor expectativa dentro el cine peruano. De pronto el filme del director andahuaylino Víctor Zarabia estuvo “en boca de todos”, es decir, qué película peruana tiene un espacio en la portada principal de uno de los periódicos más leídos en el país y todavía antes de su estreno, ninguna, ni la película de Claudia Llosa. El problema con El último guerrero chanka fue ese mismo, comentar enfáticamente una película que aún no existía, y esto mismo lo comenta Ricardo Bedoya en la reseña de la película en cuestión. El filme de Zarabia había sido asimilado por el público desde hace tiempo, verlo en las salas de cine quedaba en calidad de “refrito”, de repetir un plato ya digerido. La actividad mediática sin querer había ocasionado una “especie” de lo que psicoanalíticamente se conoce como goce, es decir, había provocado un placer falaz y perverso; falaz porque fue temporal extinguiéndose de la misma forma que vino, y perverso porque trajo la prematura mortandad de un filme que posiblemente pudo haber sido la oportunidad de admirar más, o de una vez por todas, al cine regional.
En análisis, El último guerrero chanka (2011) es fallido por distintos aspectos, los más notorios son respecto a su historia que se aplaza, que se da el lujo por aglomerar diálogos innecesarios. Lo que se podría manifestar en dos minutos, Zaravia lo realiza en cinco o hasta en diez. Lo segundo es el nivel performativo, uno irreal y enfático, saturado o sobreactuado. La película apuesta por actores profesionales o aficionados que tranquilamente pudieron ser bien ejercidos –al menos los personajes secundarios –por neófitos en la materia. Esto, sin embargo nos nuestra el lado positivo de la película. Víctor Zarabia, quien hace mucho por su filme, provoca un compromiso por romper las normas habituales de lo que podría ser el cine regional e incluso el cine nacional –La gran sangre (2007) es otro posible ejemplo –. El cromatismo, los efectos visuales, las escenas de lucha, las modulaciones de voz –aunque suenen de pronto ridículas –son diversos agentes que se toman por prestado y que Zarabia adopta y trata de emplearlos, algunos mal usados, pero que abren el trecho a otros directores para que más adelante surjan nuevos proyectos, posiblemente contagiados por una pasión símil aunque esta vez precavidos de ciertos deslices fílmicos.

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