lunes, 13 de febrero de 2012

Los descendientes

En Sideways o Entre copas (2011), hay una escena que el personaje de Thomas Haden Church brota unas lágrimas increíbles; digo increíble no por el cuadro conmovedor o el grado de realismo que comunica el actor en su performance, sino por ser el resultado de una acción inesperada. El director Alexander Payne narra la historia de un dúo pintoresco que se van a la aventura, una película con pinceladas cómicas donde ocurren cosas, detalles raros, las acciones son planas pero también hay momentos hilarantes, y de pronto a esto se le infiltra una escena dramática, y justo después de haber ocurrido la escena más cómica de toda la película. Extraño pero cierto, Payne logra armonizar con gran efectividad las emociones, las gratas y las no gratas sin provocar risas ni lágrimas alborotadas. Es el punto ciego entre la comedia y el drama, mismo efecto que logra provocar Los descendientes (2011).

Matt King (George Clooney) es un abogado adinerado en el archipiélago de Hawái, y así como él, otros millonarios visten de camisas florearas, andan en pantalones cortos, no se peinan y lucen gentilmente sus canas –ojo a esto, Clooney aquí no es Clooney –. El filme se inicia con voz en off; un desconcertado King nos cuenta la doble crisis que está enfrentando: su esposa ha caído repentinamente en un estado de coma y un gran dilema de negocios lo ha apartado a una encrucijada entre sus socios familiares y, literalmente, el resto de toda una comunidad. Los descendientes nos cuenta la descuidada relación de un padre hacia sus dos menores hijas. Es, además, el conflicto moral sobre lo conveniente para la generación de un hombre de noble familia y lo conveniente para una sociedad y su propia cultura. Alexander Payne a pesar de hablar sobre un personaje a punto de colapsar por la situación, su filme no se alberga al drama o algún derivado. Así como ocurre en A propósito de Schmidt (2004) o Sideways –anteriores películas –, el director nos acerca a un género mediano donde el drama y la comedia se confunden y ninguno prevalece.

Similar a la temática de Cameron Crowe, aunque con un estilo propio, Payne habla sobre la vida, el lado trágico de esta, y cómo sus protagonistas encuentran la forma de poder sobrevivir ante la situación. Matt junto a sus hijas Alexandra (Shailene Woodley) de 17 años, y Scottie (Amara Miller) de 10 años, son una familia que afronta una tragedia familiar a su manera. Los momentos dramáticos se aproximan mediante una multitud de primeros planos –en primera abiertos, luego cerrados –, esto con la intención de prevalecer la gestualidad, las lágrimas, la impotencia, los gritos bajo el agua, las miradas al vacío. Es en estos roles donde se asoma el mejor George Clooney –meditabundo, desagarrado, improvisado, absurdo –,  al igual que el personaje de Robert Forster, esto a pesar de sus escasas escenas como el suegro de Matt, y sin duda Shailene Woodley perfilándose como nuevo descubrimiento.

Pero Payne también nos acerca al lado patético de sus personajes, es el lado cómico de la película, el comportamiento natural, propio de una persona como Matt que nunca ha pasado por una situación como esta: el enterarse que su mujer le ha sido infiel cuando esta gozaba de buena salud, y que ahora –en calidad de convaleciente –es inmune a sus gritos, pataletas y otros reclamos. Es a partir de este suceso que la trama enriquece. Los descendientes es también la búsqueda del “amante anónimo”, el juego detectivesco de una pandilla de cuatro, incluyendo al torpe pero bienintencionado Sid (Nick Krause) – personaje secundario pero fundamental –, que se van desplazando de un lado a otro sin un claro motivo. Payne crea personajes que peregrinan, bien a un viñedo o a una isla vecina, una estadía hacia un lugar donde más que buscar respuestas, estas llegan por sí mismas. Un viaje necesario para Matt, vulnerable ante una crisis que el camino y su geografía logran apaciguar.

Los descendientes es ingeniosa por ese efecto bipolar que se va sorteando entre lo cómico y dramático. En el filme no existen las ganas de llorar o carcajear, la atmósfera se apega más a lo ridículo o lo absurdo, es un punto de vista real con personas reales que reaccionan de la forma más real, sea riéndose en un momento en que no deben o gritándole a alguien que no muestra signos de vida. El soundtrack bien ajustado a las situaciones, no existen tonos de nostalgia o algarabía, es la música que uno esperaría a escuchar por ejemplo dentro de un ascensor en Hawái; expresiva y muy local. Sí George Clooney ganará en esta oportunidad su segundo Oscar sería bien merecido, muy a diferencia del que obtuviera por Syriana (2005), uno que en lugar de reconocimiento más parecía una mera estrategia de la Academia por no dejar a alguien como Clooney – en ese certamen postulando a varias nominaciones – sin ninguna estatuilla. La escena final de Los descendientes es una especie de coda. Es la mirada optimista de un cuadro familiar, el cierre que concluye sobre lo mejor que se puede obtener de una tragedia familiar. Y sí, el asunto del negocio se torna secundario en el camino.

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