domingo, 29 de abril de 2012

Terrence Malick Gourmet (1 parte)

A propósito del último filme de Terrence Malick, El árbol de la vida, actualmente en cartelera, una crítica de sus cuatro películas que forma parte de su filmografía.

De todo hay en la viña del Señor
Arthur Penn en Bonnie & Clyde (1967) extendió una pistola a dos sujetos “sin nada que perder” y creó un clásico en el cine del género criminal. Una película que en breves momentos describe la mediocridad biográfica de una pareja dispuesta a correr el riesgo con la intención de cambiar su historia, digna de ser impresa, fotografiada, novelada. Una historia atractiva que dentro de todo no prevalece en su trama. El clásico filme de Penn se manifiesta inicialmente con el boceto de un robo. El ingreso a un banco de dos personajes jugando a ser los bandidos del pueblo. Bonnie y Clyde, la pareja de armas tomar. Un dúo simplemente simpático que casi roza con lo ridículo, fruto de su improvisación. Lo cierto también es que Bonnie & Clyde es una película violenta, que a medida se extiende la captura de esta dupla, las víctimas van acumulando; y lo que aún es más sorpresivo, es que existe una necesidad por graficar los enfrentamientos violentos de una manera cruda y realista. Arthur Penn contrasta dichos estados de ánimo, trepando de la comedia a la tragedia, de las bromas a los pistoletazos a quemarropa.

Badlands (1973), opera prima de Terrence Malick, fue una película que causó tardíamente una mayor curiosidad a pesar de ser bien acogida por la crítica en el New York Film Festival de ese mismo año. De su director poco se sabe, y lo que se sabe es que no desea que sepan mucho de él. Lo cierto es que su primera película hace una remembranza al filme de Arthur Penn, y no necesariamente porque ambos comparten el retrato de una pareja de fugitivos que tiene problemas con la ley. Malick, de igual forma, revela un filme que guarda las apariencias genéricas al situar película como un melodrama más, pero que poco a poco va emergiendo un lado oscuro e inquietante. Si bien Arthur Penn provoca al enfrentar la simpatía de sus personajes con la recreación de imágenes violentas; en Badlands, que ciertamente no es una película que cristaliza la violencia al mismo grado de Bonnie & Clyde, obtiene el mismo crédito a partir de los perfiles psicológicos en sus protagonistas. Kit (Martin Sheen) y Holly (Sissy Spacek), a diferencia de Bonnie y Clyde, son de sesgo apagado, menos carismáticos, más sentimentales y de un espíritu extraño. Una versión introvertida de la pareja fugitiva de Penn.

Kit, luego de asesinar al padre de Holly, ha decidido escapar del pueblo junto con la joven. Lo que a inicios se aproximaba a una historia de amor irrumpida por el prejuicio social de un patriarca, se torna como la huída de una pareja –asesino y cómplice –que no posee algún rastro de culpabilidad frente a una serie de aniquilaciones que irán perpetrando a mitad del camino. Tanto Kit como Holly son dos seres atrapados en su propio mundo y no teniendo ambos algún interés por cambiar eso. Kit posee un repelente de tragedias, uno que lo libera de grandes preocupaciones como perder un puesto de trabajo, asesinar a alguien en el camino o asumir una pena letal por esto mismo. Kit apenas deja escapar una sacudida de brazos cada vez que la situación se agrava, una situación que se acerca más a una mera rabieta en lugar de una crisis emocional. Holly, a pesar de tener solo quince años –diez menor que Kit –, posee una candidez y una sumisión irregular, una que le impide diferenciar entre la vida y la muerte. Luego que Kit asesinara a su padre, la joven abofeteará a su amante para que seguido de eso retome el mismo estado de sometimiento e indiferencia.

Más que en la crudeza de sus imágenes, Badlands es violenta a partir de cómo sus protagonistas conciben la realidad trágica en sus vidas. Kit y Holly se perfilan como dos asesinos que no tienen carga de culpa, algo que incluso los aparta de ser cínicos o psicópatas, ya que no justifican sus acciones ni disfrutan de ellas. Malick crea a dos personas libres de agresividad u odio al prójimo. No existe una evidencia clara de asegurar si son seres insensibles frente a los males ajenos, como ocurre en la escena en que Kit dispara a un amigo suyo y envía a Holly para que le haga compañía. Existe lo que es una conciencia de los hechos, sin embargo no existe una respuesta “natural” frente a estos mismos, lo que enfatiza más a declararlos como seres incomunicados, no correspondientes a lo socialmente racional. La fuga hacia un lugar sin rumbo, el internamiento a la naturaleza salvaje, la construcción de un hogar en medio de los árboles, la fabricación de un idioma de sonidos solamente entendido por ellos, es nada más que el divorcio a la rutina, a la naturaleza civilizada, una que no se aleja de la violencia que ambos jóvenes van desatando en los bosques o campos. Badlands ironiza al crear una persecución a manos de un grupo que en la vida cotidiana convive diariamente con la muerte.

Durante la estadía en el pueblo, Kit encuentra a un perro muerto entre los basureros, Holly abandona a su pez enfermo en medio del gras, el padre de Holly escarmienta a su hija matando a su mascota, el mismo Kit trabaja en un matadero. La muerte rodea la realidad civilizada, la misma que ha engendrado a Kit y Holly, dos prófugos que escapan de sus iguales, aquellos que penalizan la violencia con violencia. Si algo se va concibiendo en este primer filme de Terrence Malick, es que ciertamente existe un razonamiento por el cual tanto el hombre como la naturaleza se combinan hasta el punto de ser parte de un todo. No existe humanidad sin la naturaleza, una que el hombre ha convertido en civilización, pero que a principios era salvaje.

Apocalipsis 8:7
Uno de los detalles que llama la atención en Badlands (1973) es el valor extradiegético que se emplea, este sostenido por la voz en off de Holly, la joven sumisa y despreocupada, quien a medida que la película va sucediendo –casi enteramente de forma lineal –, sus palabras son oídas ocasionalmente, mas siempre desligadas con lo que está ocurriendo. Es decir, Holly está en su cama junto a su perro, pero internamente va contando sobre cómo la muerte de su madre provocó que su padre decidiera tomar un nuevo rumbo junto a su hija. Este narrador, poco o nada, hace referencia a su contexto. Un narrador que más que “narrar” funciona como la entrada –una especie de libro abierto –que descubre a este enmudecido personaje. Holly, si bien posee una postura subyugada a la presencia de Kit, su amante, esta deja manifestar su modo de ser a través de sus monólogos interiores, discursos que divagan y que terminan por modelar el perfil de una mujer que en la realidad es hermética. Días de cielo (1978), de la misma manera que en Badlands, su historia tiene como acompañamiento la voz en off de un personaje, que si bien no posee ese enmudecimiento de Holly, este no cuenta con mucha presencia dentro de la trama.

Linda (Linda Manz) es una niña que en el transcurso de la película su voz es escuchada a la vez que la observamos junto con su hermano Bill (Richard Gere) y Abby (Brooke Adams), la novia de este, pasando sus días como jornaleros en una granja de trigo. Terrence Malick principalmente sostiene su historia a partir de un triángulo amoroso. Bill junto a sus acompañantes, son un grupo de errantes que han decidido abandonar Chicago en busca de un nuevo cambio en sus vidas. La llegada a un latifundio tejano será el encuentro con un granjero rico y solitario (Sam Shepard), quien se enamorará de Abby e ignorará la verdadera identidad de Bill, quien se ha presentado como “hermano” de la joven. Es así como Linda dentro del relato funciona como un personaje secundario, uno que se asoma por instantes y nos despista del enfrentamiento entre dos hombres amando a una misma mujer. Sin embargo, externo al relato, Linda funciona como personaje principal, uno que, voz en off, va redundando los hechos que están sucediendo y que, además, va manifestando un lado que su personaje real no exterioriza, un perfil que de hecho es un atajo para entender el universo que Malick desea reflejar en el filme.  

Tal como sucedió en Badlands, Terrence Malick recrea una historia que le servirá como punto de partida para tocar nuevamente los mismos temas de su primera película. Días de cielo, si bien es el relato de un triángulo amoroso, este se desenvuelve en medio de un conflicto existencial que sufren tanto el habitad como sus habitantes. Al igual que Holly, Linda es la voz omnipresente que va dando marcas en la historia de que existe una realidad distinta a la que está ocurriendo en escena. Por un lado, la imagen es testigo de un melodrama que envuelve a tres amantes, mientras que por otro, Linda y su voz van revitalizando algo que posiblemente habría pasado desapercibido. La niña es emisora de un mundo presa de una dicotomía, una afrenta latente entre dos bandos opuestos. Malick hace frente a un discurso natural: el bien y el mal son complemento en todo los seres, tanto hombres o animales. La misma naturaleza está rodeada de ella, y Linda es el reflejo de este razonamiento. La mirada inocente y tierna de un infante, convertida en la voz que vaticina el infierno y la decadencia de un grupo de personas que tendrán un juicio por manos propias y que no es más que parte de la vida y su naturaleza.

Días de cielo está construido bajo un contexto lleno de contradicciones. El amor entre Bill y Abby se asoma como verdadero e inquebrantable, sin embargo Bill consiente a su novia para que se case con el granjero convaleciente y poder obtener una ganancia a futuro. A medida que el amor del granjero hacia Abby va creciendo, también va gestando calladamente un odio hacia ella, al ir sospechando la engañosa relación que lleva con su supuesto “hermano”. La temporada de recolección en la granja, más adelante se convertirá en la perdición de esta misma tras la llegada de una plaga de langostas, la que será ultimada con la quema y pérdida total del sembrío luego de que ambos amantes se enfrentaran a muerte, los mismos que tiempo atrás jugaban a ser una sola familia. Malick tiene una necesidad por representar lo efímero, algo que viene y desaparece por obra del hombre y su naturaleza, dos imágenes que son complementarias, que se necesitan, pero que también se repelen, bien destruyéndose el uno al otro o autodestruyéndose. El desenlace de la historia no es nada más que la necesidad del director por recalcar que la existencia del hombre es una mera profecía, una realidad inevitable que alegoriza mediante continuos citados bíblicos.

A diferencia de Badlands, Días de cielo captó una mayor atención en la crítica sobre todo por su valiosa estética. Es a partir de esta película que la calidad fotográfica en la filmografía de Terrence Malick impera, sobreexponiendo el contraluz, la oscuridad iluminada y ajena de luces artificiales, los campos de trigo con un fondo vistosamente iluminado, finalidades artísticas que se sintonizan con el ambiente deprimente y nostálgico que impera en la película. El filme, por cierto, se inicia con una reproducción de fotografías, una manera de predecir un aire de melancolía y que junto con el fondo musical del “Carnaval de los animales” sitúan el comienzo de una tragedia. Por otro lado, la música de Ennio Morricone recrea una reflexión de la intención del filme, al combinarse pistas que suenan alegres y otras que son más decadentes, lo que refleja esa dicotomía a la que hace referencia la película.

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