jueves, 20 de diciembre de 2012

El hobbit: Un viaje inesperado

Muchos años atrás, Peter Jackson fue responsable de una película que provocaba como efecto el título que llevaba por nombre. Su ópera prima Mal gusto (1987), no por el hecho de haber sido un filme de serie B, automáticamente se debía ganar la licencia de ser una película absurda, lerda y repugnante. Jackson parecía haber hecho su mejor esfuerzo y con esto lograr correspondientes méritos para merecerse dichos calificativos. El filme es satisfactoriamente gore, mas es pobremente una historia de extraterrestres, usurpadores de cuerpos. Ahora, como muchas cosas en la vida, el público es ocasionalmente relativo. Mal gusto, irónicamente, al tiempo se iría a convertir en un filme de culto en ciertos sectores anglohablantes.

Peter Jackson, hoy en día, es un director muy distinto al de años atrás, uno más ajustado a las mecánicas comerciales, con menos humor negro y más aliento épico (El señor de los anillos) o mítico (King Kong, 2005). Lo que no ha dejado de ser, es un experimentador visual. Desde las masas viscosas que alucinan a los cerebros destrozados en Mal gusto, pasando por los efectos espectrales en Muertos de miedo (1996), la revolución del CGI (Imágenes generadas por computadora) en el personaje de Golum y su post mejoramiento de técnica en el rostro del majestuoso simio King Kong. El hobbit: Un viaje inesperado (2012) es una mueva marca en el cine de este director, algo que para “beneficio” de la película, comentaremos como punto aparte. De aquí en adelante, evitaremos mencionar su anterior trilogía, mucho menos al libro del que se adapta esta última historia. Es lo que usualmente se debe procurar en toda crítica. El mínimo roce con la ficción escrita desvirtuaría el punto de vista fílmico.

El hobbit: Un viaje inesperado es el viaje de aventuras de Bilbo Bolsón (Martin Freeman) junto a un grupo de enanos y el mago Gandalf (Ian McKellan) en camino a recuperar el antiguo reino de los segundos arrebatado por el dragón Smaug. En el tramo se interpondrán criaturas míticas, se despertaran resentimientos, revivirán viejos rivales y, sobre todo, se gestará un equipo. Son pues los guerreros de poca monta junto a un hechicero oportuno y un “ladrón”, un seudo “as” bajo la manga. Un grupo que en inicio tendría las de perder, pero que a pesar se las ingenian para sobrevivir. Peter Jackson recrea además un mundo de espacios abiertos, ricos en ambientes medievales, lugares tramposos a manera de reto para los viajeros, parajes donde actuarán ciertos enemigos, unos más temibles que otros. Una que otra lucha, uno que otro combate. Lo cierto es que para que esto suceda, el director se toma su tiempo. E ahí el defecto del filme.

Independientemente de la extensión de la película, El hobbit: Un viaje inesperado no resuelve con ingenio los sucesos que van ocurriendo. Existe una variedad de momentos en que la historia debería recurrir a las elipsis, especialmente durante su  introducción, instantes en que los diálogos no aportan a la trama, son más las ganas de desplazarse a las bromas o a trabajar los estereotipos, recurso que está bien ser usado en un mundo en que cada especie tiene un rasgo distintivo, solo que Peter Jackson confunde lo descriptivo con la caricatura. Es así que somos testigos de las bravuconadas de los enanos, quienes visten barbas forjadas por distintos estilistas, está la competencia de eructos, el juego brusco, los cánticos de taberna, mientras el hobbit interpreta gestos de “comediante de serie”. Más adelante, un mago orate, trolls que nos traen a la memoria Los tres chiflados, un combate contra los orcos que más parece una persecución a lo Chaplin o Keaton, con gags incluidos. Lo único bueno de todo el filme, Golum (Andy Serkis) y dos titanes de roca. Lo demás, solo para fanáticos.

48 fps: la nueva tecnología, ¿bienvenida?
Ya lo dijimos más arriba, Peter Jackson es un director que crea aportes a la tecnología visual. El cine es visto por este autor como un medio que añora burlar la percepción del espectador. Es ese fragmento de imagen que de pronto confunde los límites de la ficción, sobre qué es real o qué es fantasía. Los gestos del simio Kong son sin duda una espectacularidad de señas que manifiestan emociones, evocando en las mentes más frágiles aquellas antiguas teorías de científicos darwinianos: “ciertamente, mi antepasado fue un mono…un incomprendido mono”. En efecto, el CGI renueva laureles en la nueva entrega de Jackson. Golum es la prueba infalible, nunca antes se le había visto tan arrugado y de gestos tan pronunciados, muy meditados, casi reales, casi humanos. Un punto más para Jackson.

Lo que viene a continuación es lo último de lo último. Es la reproducción de 48 fps (fotogramas por segundo), es decir, el doble de velocidad de lo normal, que es 24 fps. ¿Qué significa esto? La velocidad del nivel tradicional, además de ser superada, capta una percepción más cercana a la vista humana. La nitidez que promueve esta nueva fuente tecnológica, que captura el doble de la cantidad de información, provoca un género hiper-realista en los personajes y contextos. La piel y la textura están sobreexpuestas, visiblemente notorias al visor de la pantalla. No son los lentes oscuros, es la velocidad en que se reproducen las imágenes, que por cierto al inicio del filme el espectador presiente que está observando una versión acelerada. No se preocupe, es algo pasajero, luego uno se acostumbra. Ya más adelante uno recién comienza a cuestionarse.

¿Qué implica albergarse a un avistamiento más real? ¿Es esto impertinente para un ámbito tan irreal como el filme de Peter Jackson? Adentrarse a un marco más real, más “palpable”, por así decirlo, implica que el espectador de pronto sea burlado por su propia vista, lo que posiblemente ocurrió, por ejemplo, en el famoso corto Llegada del tren a la estación de La Ciotat (1895), de los Hermanos Lumiere, donde repentinamente el móvil parece salir de la pantalla. En pocas palabras, es el asalto de fronteras, de cómo la ficción por un momento invade el territorio de lo real. Los franceses de entonces al rato se rieron y se habrán sentido absurdos; reacción natural. Pero qué ocurre en El hobbit: Un viaje inesperado, una película hiper-fantasiosa, ¿será posible que logre ser hiper-realista? La respuesta es simple. Aspiración, a lo mucho. Es así como la tecnología se frustra frente a un elemento fílmico tan perceptible: el género. Usar un 48 fps es presuntuoso en un filme de dragones y orcos, sin embargo, en un documental o una videograbación de pasarela de modas, sería más lógica o adecuada.

¿Cuál sería el futuro de esta nueva tecnología? Se predeciría lo mismo que está sucediendo con el 3D. La recurrencia de su uso en películas innecesarias, aquellas que incluso, casi casi, pasan sus efectos desapercibidos. Eso sí, vale mencionar; El hobbit: Un viaje inesperado es la tercera película que hace el mejor uso en el efecto 3D, después de Avatar (2009) y Hugo (2011), pero en lo que se refiere al 48 fps, resulta ser una experiencia que intenta o, más bien, se esfuerza por recompensar esa carencia que el director no pudo adaptar a su trama. El buen guión o la simulación de grandes aventuras de pronto son reemplazadas por pieles suavizadas que se acercan a las imágenes de videojuegos, una continuidad de primeros planos, aquellos que el director redunda con intención de dar énfasis a una nueva tecnología que se estrena con un traspié.

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