jueves, 23 de mayo de 2013

4 Festival Al Este De Lima: Vanishing waves - Aurora (Sección Competitiva)

El tránsito del plano teórico al experimental, dentro del campo científico, significa para el cine un indicio de mal agüero, y directores como David Cronenberg o Vincenzo Natali lo saben, que cuando se trata de poner al cuerpo humano como base de un experimento, las consecuencias son destructivas, tanto físico como mental. Vanishing waves (2012), de Kristina Buozyte, es un filme que se inicia con poca información. Hay reuniones a cuarto cerrado, un limitado grupo de personajes que visten de blanco, espacios clínicos que no muestran exteriores, que simulan lo oculto o lo secreto. Se hace entonces mención de una prueba, aquella que tendrá como “conejillos de india” a una persona en coma y, de entre los científicos, a uno de los más experimentados, aquel que “cumple con el perfil”, que domina el material teórico, pero que sobretodo está mentalmente apto. Con esto, ya son suficientes las pistas que predicen una futura tragedia.
Lukas (Marius Jampolskis) fue seleccionado como voluntario para hacer las pruebas de una máquina que podría ser revolucionaria, una que recién ha experimentado su fase teórica. Él, junto con un grupo de científicos, han sido promotores de un sistema que conecta a dos individuos a través de sondas neuronales capaces de compartir la información mental del otro, incluyendo pensamientos a recuerdos reprimidos. Es así como aparece en la trama Aurora (Jurga Jutaite), la huésped, una mujer en coma, ideal para realizar dichas pruebas al encontrarse en un estado mentalmente pasivo. Vanishing waves sigue la senda de la negligencia científica, pero ante todo, la humana, una que va despertando su lado egoísta y provechosa. Lukas pasa de pensar científicamente a pensar como persona en sí, sacando ventaja de un experimento que mengua sus necesidades humanas, aquellas que no logra solucionar en su propia alcoba.

El encuentro con Aurora –no la que se encuentra en la camilla, sino la irreal, la que halla en un mundo simbólico, a través de las sondas neuronales– significa para Lukas un refugio, un espacio que le sirve como terapia. Aquel lugar –que son los sueños de él y de ella– que grafica el contexto perfecto y junto a la compañía perfecta. Aurora resultó ser la mujer compatible para Lukas, un hombre que no percibía en la imagen de su amante “real” la sensualidad suficiente para liberarlo de una frustración sexual de la que estaba preso. Desde el primer encuentro o prueba del sistema, Lukas experimenta mediante su inconsciente aquello que su consciente solicitaba a gritos. Los encuentros con Aurora son pues los acercamientos eróticos, voyeristas o fetichistas. Es el lado extremo de algo que ha estado ausente durante mucho tiempo en la realidad de Lukas. En paralelo, Lukas, el real, está siendo perturbado. Su obsesión ha trastocado su ética científica, ocultando a sus colegas los hechos que podrían poner fin a su amorío idealizado.
Vanishing waves juega a dos contextos: el real, del individuo que logra su cometido científico, pero que en el camino se plantea uno más personal e íntimo; y el irreal, del amorío secreto, el mismo que va aliviando las frustraciones, pero que también ha liberado los recuerdos reprimidos de Aurora. En ambos lados el filme decae a la mitad, en el primero por no promover una vitalidad que diferencia el paso de la cordura a la locura en Lukas, y el otro por plantear una especie de thriller amoroso que empuja al protagonista a poner en orden la alteración mental que desato en Aurora. Vanishing waves, sin embargo, deja a disposición un filme provocativo por los arquetipos oníricos, aquellos que se observan en el mismo territorio del inconsciente, graficando simulaciones cercanas a la fílmica de Andrei Tarkovsky y David Lynch.

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