Daniel de la Vega en Hermanos de sangre (2012) recrea a
personajes excéntricos, unos torpemente sumisos, otros de una mentalidad
profundamente retorcida. Su trama, basado en el (des)encuentro entre el típico “buen
tipo” y un caritativo psicópata, trae a la memoria similares conflictos que
tenía el protagonista principal de El
club de la pelea (1999), sobre el quiebre de una rutina y cómo esta provoca
una variación emocional en su ser. De la Vega, por otro lado, distinto a David
Fincher, se inclina a una influencia asociada al estilo de un filme de Serie B,
es el citado a la violencia en una versión carnicera, brotes de humor negro,
fotografía saturada, la variabilidad de planos y puntos de vista, la necesidad
de representar sobre lo grotesco y lo ridículo. Hermanos de sangre, sin embargo, tiene de estilo pero no de trama,
una que es predecible de inicio a fin. El móvil del filme se sujeta a la
fantasía de un amor no correspondido y la mecánica del exterminio continuo, con
poco ingenio y mucha sangre.
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