domingo, 7 de julio de 2013

Festival Transcinema: J (Competencia Transandina)

Del 4 al 14 de julio se realiza la primera edición de Transcinema, Festival Internacional de No-Ficción. Iniciamos posteando críticas de algunas películas incluidas al programa.

En Parrilla (2012), una cámara es espía durante la antesala y celebración de una parrillada. En este no existen diálogos ni eje temático, es apenas la pantalla deslizándose entre los sucesos y espacios que pasan desapercibidos. Farid Rodriguez realiza un corto que busca puntos de vista, halla formas y maneras de encontrar lo extraviado por la mirada común. J (2013), su nuevo largometraje, camina por similar senda, la única diferencia es que dentro de este filme sí existen personajes, aquellos que cumplen una rutina fijada entre lo laboral, los deberes, el ocio y lo íntimo. Lo adicional y, a su vez, lo más curioso de la película de Rodriguez es su amplia duración de doscientos minutos, tiempo que, dentro de su exceso, parece insistir en serle fiel al concepto que se está tratando.
J, en medio de tanta redundancia de acciones, no se inclina a una aglomeración de deja vu. Rodriguez, así como ocurría en su cortometraje, se decide nuevamente a investigar “desde dónde filmar”. Es así como ciertos sucesos que son familiares, aquellos que se repiten una y otra vez, a distintas horas o en distintos días, asumen un estado distinto frente al dinamismo de encuadres, primeros planos, unos abiertos, otros cerrados, una cámara estática que cambia bruscamente por una al hombro, la improvisación de travellings, la distancia que agrupa elementos del contexto o que solo se concentra en específicos detalles. El objetivo y la movilidad que aplica Rodriguez a la cámara es tan cambiante que parece desmitificar lo rutinario.

Si bien el filme se dilata mediante acciones triviales, tiempos muertos o situaciones de escasa subjetividad, la mirada asume modos que van contra esa misma rutina. J, si bien es el retrato de lo cotidiano en la vida de tres personajes, es también la agrupación y captura de las distintas formas de ver “lo mismo”. Mientras la historia se planta ante un mismo escenario que reduce a vez a un mínimo las acciones, la cámara asume variabilidad al posarse de un lado a otro. Es la manera de ir en contracorriente con lo que sucede, y eso se está más latente en la primera parte de la película, momento que en resumen grafica la venta diaria de un carro de comida ambulante. Es el trueque entre comprador y vendedor, la ruta desde la avenida de un vecindario hasta la casa del propietario del negocio.
En la segunda parte de J, el visor se divorcia de un eje fijo. La cámara al hombro ahora es más constante. Mientras tanto, la rutina es cambiante en uno de los personajes que ha decidido viajar por una breve temporada a las orillas de la ciudad. La única mujer del filme se reencuentra con su marido, y esto da pase a los recorridos por distintos ambientes. La ciudad, el campo, las áreas recreativas, las patrimoniales y las comunitarias se confunden. De repente la mezcla de planos y encuadres se postergan por una dependencia hacia un personaje que camina y fisgonea de aquí para allá. Ahora es el individuo quien tiene el control de romper la rutina, quien decide investigar el mundo por sí solo. Farid Rodriguez está en pie de encontrar un propio estilo de cine, uno que observa desde lo cotidiano a medida que aflora puntos de vista.

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