domingo, 2 de febrero de 2014

Philip Seymour Hoffman (1967 - 2014)

Se dio a conocer con los filmes de Paul Thomas Anderson. A partir de Boogie nights (1997) se ganó un doble estereotipo actoral. La del tipo común y perdedor. Su rostro cabizbajo y su corpulencia física imitaban al sujeto fracasado, frustrado y cohibido por una careta que luchaba por integrarse a un grupo social o cultural. Esto se verá muy marcado en películas como Happiness (1998), de Todd Solondz, o la misma Magnolia (1999), también de PTA. Seymour Hoffman era también el tipo gay, a veces inseguro, a veces excéntrico. El actor tenía una mirada que combinaba un sesgo casi bobo y a la vez grotesco, y esto encajó a la perfección en Boogie nights, siendo un inofensivo stalker del personaje de ficción, Dirk Diggler.
Esto lo enganchó a nuevas películas, tales como Flawless (1999), de Joel Schumacher, ciñéndose a un modelo homosexual más extravagante, dándose aires de un personaje sacado de La jaula de las locas; pero sería el biopic Capote (2005), de Bennett Miller, la que lo pondría en un definitivo pedestal ante los ojos de la crítica. Lo cierto es que esta no fue la primera gran actuación de Seymour Hoffman. Ya antes había cautivado en menor proporción la curiosidad de muchos con su interpretación en Por amor a Lisa (2002), protagonizando a un joven viudo, autodestructivo y sintomático. El actor aquí es gestual. Su dicción parece ser más acuosa que de costumbre. Como si luchara por vocalizar su rutina en medio de la tragedia. Es a partir de aquí que ya hablamos de un actor que se convierte en promesa.

Seymour Hoffman se proyecta a roles más anímicos. El neoyorkino siguió con sus papeles dramáticos, pero se cultivó a hacer de sí un actor más catárquico. En películas como Antes que el diablo sepa que estés muerto (2007),  Los Savages (2007) o Juego de poder (2007) sus personajes son cada vez más impulsivos. Se deshizo de su dicción torpe y la reemplazó por una más enérgica. Es más una voz de mando. Había cultivado el poder de dominación de mímica. El actor de pronto estaba capacitado para mudar a distintos géneros fílmicos. En Mi novia Polly (2004) fue el gordo, torpe y bonachón amigo de Ben Stiller; en Misión Imposible III (2006) el implacable antagónico de Tom Cruise; en Pirate Radio (2009) un disparatado hippie. Todos los roles y modos performativos distanciados unos del otro. Fue con La duda (2008) que se perfiló a su gran faceta actoral. El actor ya estaba en su etapa de madurez.
Su aparición en Poder y traición (2011), Seymour Hoffman comprobó que ya no precisaba de un personaje complejo ni de excesos de catarsis para dar muestra de su aptitud actoral. Su habilidad se desplazaba de la manera más correcta. Hasta Ryan Gosling al lado suyo era opacado ante la presencia de un experimentado asesor político, rol que asumía Seymour Hoffman. Era un momento en que expresaba un lado natural e innato. No había marca de esfuerzo por adaptarse a algo, y lo mismo se simulaba en Moneyball (2011). Fue su interpretación en The master (2012), sin duda, su mejor papel. El falso profeta, dominador de esclavos, encantador de comunidades, cabeza de familia. Su personaje de Lancaster Dodd era de doble personalidad. El hombre centrado y teórico, pero también el trastocado por el vicio o el posible fracaso. Philip Seymour Hoffman será recordado por la escena de un anfitrión bailando entre los cuerpos desnudos de mujeres insinuantes. Fue su última y más entrañable etapa, porque fue visceral. 

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