El misterio o la magia
como equivalente de lo que está más allá de la razón, eso que Stanley (Colin
Firth), mago por oficio, cree y sabe firmemente no existe. Es un invento; una
ilusión. Muy a pesar, conocer a Sophie (Emma Stone) será su punto de inflexión.
Es así como el encuentro entre este mago pesimista y la bella médium será equivalente
al encuentro entre Friedrich Nietzsche y el famoso caballo de Turín, es decir,
el punto inicial (o causante) de que el razonamiento sea anulado y la demencia
se pose en su lugar. Magia a la luz de la
luna (2014) a medida que enfrenta lo empírico y lo irracional, va tejiendo otra
lucha, igual de universal aunque menos teórica: la sentimental. Woody Allen
revisita a sus personajes amargados, los alienados, conformistas y muchos otros
que sobreviven en base a “falsas” satisfacciones; trucos auto medicados a fin
de evadir sus propias frustraciones.
Lo mejor de Magia a la luz de la luna tiene que ver
con los cambios personales o sentimentales de sus protagonistas. Nada más animado
que ver a la razón embaucada por la sin razón, ya luego retornando airada,
aunque con rezagos que son irreparables, al menos para la mente. En sintonía a
esto, está la fluidez de las acciones, la comedia que sin grandes
complicaciones se va abriendo paso. Allen deja transcurrir los eventos de su
trama con un despliegue teatralmente dialéctico mas sacándole ventaja al frecuente
cambio de locaciones. Lo más decepcionante es su final, uno compasivo y
sentimental. Es tal vez un sentido que está más emparentado para una comedia que
en cierta forma no quiere generar grandes aspiraciones, pero que sin embargo
tiene el peso necesario para entretener no dejando de academizar.
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