jueves, 25 de junio de 2015

5to Festival Lima Independiente: Homeland

Más allá de su intención por registrar el cambio condicional que se ha generado en la sociedad iraquí durante el antes y el después de la invasión militar de EEUU en el 2002, el director Abbas Fahdel en su documental Homeland (2015) va apuntando a detalles que en cierta forma siempre se permanecieron perennes dentro del cotidiano. Luego de las casi seis horas de duración, una de las conclusiones de este filme parece afirmar que Irak, incluso desde antes de la invasión de las tropas militares de “Bush padre” durante la década de los 90, ya estaba viviendo en calidad de una nación ocupada por extraños. Homeland, por encima de contemplar las heridas reveladas en el “después”, no deja de revisitar el “antes”, etapa que evoca además a un tiempo aún más pretérito, cuestión que los más grandes recuerdan por memoria y que los más pequeños conocen por herencia. Pero vayamos por partes.
Homeland, tal como lo indica el director a inicio del filme, será un acercamiento a las vivencias de sus familiares y algunos conocidos de estos mismos. Una primera parte abordará los meses antes de la invasión, mientras que una segunda parte hará lo mismo en tiempo después de finalizada la guerra con la toma de Bagdad, capital del país en cuestión. En el primer extracto conoceremos a la gran familia de Fahdel, en su mayoría tíos y sobrinos. En ella veremos a una ciudad preparándose para la guerra. Es decir, juntándose de provisiones, asegurando con cintas sus ventanas, perforando la tierra en busca agua para los días de sequía que anuncia traerá la invasión. Existe sin embargo un detalle curioso durante todo este trámite. La ansiedad o la tensión son nulas durante esta espera. Salvo por la alza de precios en el mercado, todo parece seguir su curso normal. Se realizan bodas, los jóvenes salen a disfrutar de su juventud, los niños juegan en las calles. Como si se tratase de un documental producido por la Discovery, el filme despliega costumbres. Es el diario de una parte del país.

Ya para el final de su primer fragmento, el director junto a su sobrino deciden visitar las ruinas (hoy convertidas en museo) de una zona bombardeada durante la primera invasión yankee en 1991. Los escombros están intactos, las paredes desfiguradas y adornadas de tizne y fotos de víctimas inocentes. Lo que más sorprendente de este cuadro es el sobrino, no mayor de quince años, haciéndola de guía. Esto es un punto notable de la primera parte en Homeland, en donde veremos además a muchos otros niños, pero especialmente a este pequeño, quien parece el protagonista más recurrente en todo el documental, el cual opina con lucidez precoz sobre la situación por la que está pasando su país. Al cierre del primer fragmento, el niño sumará a su currículum sus dotes de conocimiento histórico. Su naturalidad para hablar sobre la guerra, las tragedias e historias de muerte acaecidas en su nación, no es más que reflejo de esa rutina condenatoria con la que Irak ha tenido que convivir por más de una década.
Para la segunda parte de Homeland, Saddam Hussein ha sido derrocado. EEUU ha establecido un gobierno provisional mientras da promesa a la población se realizará unas próximas elecciones democráticas. Por un lado la población está aliviada ante la caída del tirano. No más reverencias ni monumentos a Hussein. No más desaparecidos políticos. No más burocracia desigual. Muy a pesar, están los efectos de la invasión. Muchas ciudades están devastadas, los apagones de luz son más recurrentes, la ración de comida ajusta, la policía está inactiva y los robos y secuestros están a la orden del día, las familias se protegen a sí mismas de las pandillas, mientras que los excesos de los estadounidenses no dejan de hacer eco. La pobreza aquí termina siendo la mayor víctima, y Abbas Fahdel la va registrando a medida que los pobladores hablan y rememoran. Ni Hussein ni EEUU han generado tranquilidad. Los tiempos del aceite, que son los tiempos antes del combustible, es la época añorada. Homeland es una visión antropológica a Irak. Ni la primera ni la segunda parte reflejan una situación mejor que la otra, y, lo que es lamentable, es que existe una percepción colectiva de este fracaso.

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