Pocos son los dramas
que logran motivar la sensibilidad a través de una mirada que se libra de la
puerilidad dramática. Tempete, del
director Samuel Collardey, es un claro ejemplo de ello. La historia de un padre
y sus complicaciones en relación a sus lazos familiares y laborales se
despliegan con honestidad y sin maquillaje alguno. El drama en este relato no
apela a lo trágico ni tampoco al milagro provocado por algún efecto Deus ex machina. Los sucesos que ocurren
en este relato son producto de las circunstancias y no de malas jugadas del
destino. Todo lo que sucede aquí está en base a un razonamiento natural. Son
cosas que pasan, y nada más. La vida de Dom (Dominique Leborne), un marinero de
un barco pesquero, se verá interrumpida por el prematuro embarazo de su hija de
apenas dieciséis años. En paralelo, tendrá que lidiar además con la renovación
de la custodia de esa misma hija y un segundo.
Tempete se inicia con una introducción a la historia. Es el antes en la rutina
de Dom. Es su retorno luego de estar internado por semanas en el altamar. Lo
veremos recoger a sus dos adolescentes hijos. La camaradería entre ellos
trasluce a primera vista. Hacen fiestas, miran películas, duermen juntos. El
ambiente es de fotografía. Tiempos de calma atraen tiempos de tormenta. Al
regreso de una nueva faena laboral, Dom se encuentra con esa nueva noticia. Su
hija lleva cuatro meses de embarazo. Hay además un riesgo en la salud del niño
en concepción. A esto se le suma el otro riesgo, de que Dom pueda perder la
custodia de sus hijos frente a su esposa, una de la que se interpreta no ha
sido muy maternal durante la época en que eran una sola familia. El marinero
tendrá que ajustar entonces sus horarios, evaluar un nuevo proyecto de trabajo
a fin de atender a sus hijos. Los retos se asumen con optimismo. Es la
benevolencia de un padre sostenido por una confianza ante un posible fracaso.
Dom hará lo que es
necesario para no perder a sus hijos, no perder el sustento económico y,
sobretodo, no perder la cordura. Tempete
despliega la imagen de un hombre emprendedor. A medida que se va esforzando por
planificar su nueva vida, ciertos percances lo irán frenando. Muy a pesar, para
un camino existen otros más. Collardey define este drama personal mediante la
historia de un personaje que es constante. Hay una honra y tributo al
compromiso paternal. Uno que no necesariamente se define por las acciones
finales, sino por las intenciones que lleva a cabo. Tempete modela los gestos de humanidad, más reduce lo dramático.
Para los momentos de desesperación o fracasos no habrá un padre perdiendo los
estribos ni tampoco unos hijos reclamándole con bravura. Existe incluso una
historia de amor que a Samuel Collardey no le interesa convertirlo en un
melodrama. El filme, en su lugar, prefiere contemplar las etapas. Son las idas
y venidas, los altibajos del que nadie está libre. En ese sentido, el optimismo
y la dignidad nunca son derrocados.
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