Este fin de semana, la plataforma de películas y series Netflix ha estrenado Beasts of no nation, la que sería su primera producción fílmica, que además se estrena de manera simultánea en multicines y vía streaming (en EEUU).
La inocencia de la
infancia como protagonista en el cine bélico siempre ha sido propósito de
reflexión. A través de la pantalla grande se han observado contextos en plena
guerra y, en medio, a niños comportándose o reaccionando de distintas maneras.
Los hemos visto como figuras desinteresadas (¿Dónde está mi amigo?, 1987) o sumisas (Juegos prohibidos, 1952),
actuando como adultos al verse absorbidos por alguna causa (La infancia de Iván, 1962) o sobrellevando
la situación (Las tortugas también vuelan,
2004), o incluso han sido también privados de sus propias acciones o decisiones
(Paloma de papel, 2003). En la
mayoría de casos, su inocencia ha sido de alguna forma ultrajada, obligada a
cruzar la orilla de la precocidad sobre el conocimiento trágico de la
humanidad. Muy a pesar, la inocencia no deja de palpitar de forma natural, se
resiste abandonar su lugar o simplemente no termina de comprender el porqué de
la violencia o la muerte prematura. Es de esta forma que se abre la reflexión.
Beasts of no nation (2015) se basa en un testimonio real, sobre la historia de
Agu (Abraham Attah), un niño africano inmerso en una guerra civil en la que se
verá implicado producto de las circunstancias. Luego de ser testigo de una
masacre, el prófugo Agu será secuestrado por una milicia antigobierno que está
a las órdenes del “Comandante” (Idris Elba). Ese será el inicio de una estadía
del niño junto al lado más terrible de la guerra. Agu no solo será observador
de la tragedia, sino que además será accionista de la misma. La película
realizada por Cary Joji Fukunaga hace un acercamiento a los miles de casos de
niños reclutados por alguna causa política. A pesar de ser claros los causantes
o el eje responsable de esta guerra, el filme no tiene el más mínimo interés en
analizar dicho asunto sobre qué es lo que está funcionando mal dentro de esa
nación o cuáles serían las posibles enmiendas para llegar a un consenso. En su
lugar, la historia apunta estrictamente a cómo la inocencia de un niño es
fracturada, y no solo la de Agu, sino también la de otros tantos que son sus
compañeros de guerra.
Fukunaga para ello se
inclina al relato veraz, es decir, no tendrá titubeo al momento de graficar la
violencia. No es suficiente realizar un plano general de un regimiento infantil
cargando armas de alto calibre. Beasts of
no nation no escapa a lo perturbador. Es lo real, y lo real simplemente no
deja de impactar. Muy a pesar, lo cierto es que los momentos más sensibles de
la película no son necesariamente cuando vemos a los niños obedeciendo a las
órdenes del implacable “Comandante”. Por encima de la violencia externa está la
violencia interna. O sea, para cuando vemos la inocencia que reluce en algún
infante. Es, por ejemplo, un niño confundiendo a un rehén con su madre o el mismo
Agu aislado en sus pensamientos dialogando con lo intangible, cuestionando sus
acciones o invocando a sus familiares y anterior vida. Lo mejor de Beasts of no nation tiene que ver con
esas fracturas, señas en donde los infantes se ven desencajados, confunden la
realidad, ya no saben lo que es juego o es tragedia, como drogados por un mundo
ajeno. Cary Joji Fukunaga sin embargo es consciente de que la inocencia nunca
es extinguida. Siempre permanece ahí, batallando hasta el final. Comparar el
Agu del inicio con el Agu a mitad de la trama es conmovedor al ser situaciones contrarias.
Lo que parecía ser una historia de humor y candidez se vuelve una historia de
terror.
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