Ed y Lorraine Warren
se adentran a un nuevo caso de posesión demoniaca. Nuevamente, durante un
espacio de unos días, la pareja de esposos tendrá que convivir junto a una
familia en busca de pruebas contundentes que afirmen que “aquello” que
atormenta a los implicados es “real”. El
conjuro 2 (2016), al igual que su antecesora, es efectiva. Muy a pesar, su
efectividad se inclina por un recurso que en la otra, levemente, se ve menos fortalecida.
El director James Wan asienta una vez más el conflicto de su historia dentro de
un ámbito suburbial, en esta ocasión, localizada en el país inglés. Una morada
está siendo acosada por una presencia malévola, la cual ha reconocido en una de
las menores a su huésped. En esta nueva trama coincide pues la temática de la
posesión y el poltergeist, así como
la historia de una familia que se halla sumergida en una etapa de
incertidumbre. Típico del cine estadounidense más comercial, poco le motiva al
director hacer alusión al drama social (coyuntural para el contexto), al que
apenas hace alusión. En lugar de ello, es el drama humano el enfoque. Es decir,
la sensibilidad familiar emerge a consecuencia de la ausencia del padre, más
allá de la negligente y complicada normativa pública del Reino Unido de los
setenta.
Se podría decir que El conjuro 2 se queda corto de
inspiración en referencia a su argumento al usar la misma plantilla de su
primera parte. Hay distinciones, sin embargo, que hacen parecer que se compone
de una estructura argumental auténtica. En esta ocasión, es Ed, el teórico, el
que asume un protagonismo más elemental para la trama y, a propósito de eso, se
adiciona un asunto pendiente de su precuela. Por lo resto, ambas historias
asumen similares dinámicas: una introducción a las intimidades de los Warren
como de la familia antes del incidente, la manifestación del ente, la evaluación
y, finalmente, la resolución del caso. Donde manifiesta un mayor estímulo es
más bien en el tema del suspenso. El
conjuro 2, en referencia a provocar el lado terrorífico, es más efectivo
que su primera parte. Para esto, James Wan no escatima en recurrir a una serie
de elementos o escenas, que van desde los más citados hasta uno que otro
innovador. El gran enemigo de la historia es de hecho un cliché; sin embargo, es
esta misma imagen la que encabeza una escena memorable y perturbadora, a
propósito de una pintura.
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