Lo atractivo de La luz incidente (2015) es el estado
anímico que se nutre de esas incidencias que va experimentando su protagonista
principal así como los ajustes que componen la atmósfera que la rodea. El
director Ariel Rotter narra la historia de una mujer deprimida a propósito de
una tragedia. La llegada de un nuevo pretendiente será el indicio de la
proximidad de una “rehabilitación” de la que todavía no se siente preparada. No
sabemos a ciencia cierta cuánto tiempo ha transcurrido desde que el esposo de
Luisa (Erica Rivas) perdió la vida en un accidente automovilístico. Su madre,
en tanto, le indica que ya es tiempo de retomar su vida. Luisa, en cambio,
reacciona con negativa. Rotter deja en incógnita el plazo desde que aconteció
dicha pérdida. Se hace relativo entonces el tiempo que amerita su personaje para
decidir amar a un hombre que no deja de pretenderla.
Luisa, sin embargo, actúa
como si todo hubiese sido reciente, no se sabe si por fragilidad o porque en
realidad así es. Mediante esa actitud, veremos a la mujer escapando de
cualquier agente de enmienda. Ella recurre a la soledad, al ánimo retraído,
rehúye de los encantos de Ernesto (Marcelo Subiotto), ese hombre que pinta de
pies a cabeza como el acompañante perfecto. Es tal vez esa “perfección” la que
agobia aún más a Luisa. ¿Cómo rechazar lo que no denota defectos? La luz incidente es la historia de una
mujer resistiéndose a dejar marchar a su melancolía. Ariel Rotter la incentiva
a través del contexto de grises, conciertos de música jazz (ese género
taciturno), el decorado interior de la casa de Ernesto que alberga herencias de
generaciones pasadas, detalles que las hijas de Luisa no tendrán de su padre.
Ella solo quiere ir corriendo donde ellas y verlas dormir o rodearlas con sus
brazos. Es el abrazo al luto, a lo ausente.
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