El género musical
durante la década de los años 50 es foco en la nueva película de Damien
Chazelle. La la land (2016) si bien se
inspira del esquema argumental de dicha época para montar su trama, por la
mitad su historia se irá distanciando de aquellos referenciales para meterse de
lleno a una atmósfera nostálgica, a propósito del ensimismamiento o el fracaso
de sus personajes. Esto, naturalmente, no sucedía en los musicales de los 50. Dicho
género, dentro del contexto de la posguerra en EEUU, fue una suerte de taburete
emocional para el individuo común que comenzaba a aspirar dentro de una nación
que iba camino a la bonanza. Era parte del plan del sueño americano. Menos eran
las producciones en las que Fred Astaire formaba parte de un mundo sofisticado
y, en su lugar, más fueron las películas en que Gene Kelly se convertía en
padrino de simples asalariados a quienes la vida empezaba a sonreírle.
En La la land, los protagonistas
principales están llenos de aspiraciones. Mientras que Mia (Emma Stone) sueña
con convertirse en una reconocida actriz, Sebastian (Ryan Gosling) confía en
que inaugurará su propio club de jazz. La situación inicial en ambos personajes
luce entre sencilla hasta precaria, sin embargo, el conocerse abrirá paso a una
realidad condescendiente. Es en esta temporada en que el musical toma su mayor
protagonismo. Ellos cantan y bailan “a pesar”. Es la depuración de lo emocional
convertido en letra o en pasos. Concretado el romance, y la fantasía puesta de
lado, las cosas toman su orden, el baile se esfuma y la película no es más un
homenaje a los 50. La la land es una
comedia romántica que va camino al encaramiento de lo real, que es también
decir que siempre fue un drama que en su principio tuvo algo de fantasía. Hay
momentos en que uno se tapa los oídos y la película tranquilamente es un cuento
triste ambientado por una iluminación opaca y espacios ensombrecidos. El color azul
acota a ello, siendo este un color primario en su estética.
Pero existe también
otro foco de interés, uno que también estuvo asociado a Whiplash (2014). El jazz es sin duda la firma personal de Chazelle,
un melómano de dicho género, tanto en su anterior película como en La la land. Es a propósito de ello que
se gesta esa confrontación entre lo clásico y lo renovado en su nuevo filme.
Como en la trama de Cantando bajo la
lluvia (1952), Sebastian reconocerá ciertos problemas para adaptarse a los
cambios que ponen en riesgo su tan ceñido gusto por el jazz en su versión clásica.
En paralelo, dicho género musical hace su propio concierto pregonándose un
homenaje aparte. La la land tiene
todas las oportunidades para llevarse todos los Oscar que quiera. Además de
poseer los recursos, tiene un director y actores que forman parte de nuevas
generaciones, las cuales están siendo más reconocida por los miembros votantes,
siendo su mayoría los pertenecientes a la Academia. No hay duda que Damien
Chazelle con Whiplash se convirtió en
promesa. Lo cierto también es que La la
land luce como un producto “por encargo” que pudiese poner en riesgo su originalidad,
culpa de un reconocimiento prematuro.
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