La nueva puesta de
Darren Aronofsky se comprende mediante términos alegóricos. Si bien los
primeros instantes del filme sugieren un retrato de terror psicológico, consecuencia
del fantasma El cisne negro (2010),
esto se diluye para cuando la irracionalidad y el caos toman absoluto control. ¡madre! (2017) nos integra a la historia
de una pareja asistiendo al retiro. Un poeta (Javier Bardem) busca la
inspiración que pondría fin a un estancamiento en su producción literaria.
Mientras tanto, su pareja (Jennifer Lawrence) dedica su tiempo a las tareas
domésticas y a la reconstrucción de la amplia morada, recinto que, se cuenta, además
de haber sido propiedad de la familia del escritor, tiempo atrás resistió a un
voraz incendio. En paralelo, se percibe un estado de desasosiego en el
ambiente. Es como si la convivencia, que en teoría debiera evocar la
apacibilidad propia del apartamiento, diera pauta de una ansiedad, la que se
hará evidente a la llegada de una inesperada visita.
¡madre! pasa de la premisa inicial de El resplandor (1980) a la temática fetichista del Roman Polanski de El cuchillo en el agua (1962), Cul-de-sac (1966) y otras de sus
películas que relatan tramas sobre intrusos que llegan sin previo aviso a un
lugar, provocando tensiones y conflictos en escalas de una histeria contagiosa.
En el tránsito, el absurdo, la violencia y otras perversiones se convierten en
ingredientes fundamentales para frustrar la paz y cundir el pánico. Para
Polanski esto es una alegoría de la humanidad manifestando su lado hostil y
demencial. Caso distinto, la intención de Aronofsky es más bien atender a una
naturaleza distanciada de lo universal o colectivo. En principio, haciéndonos
creer que el foco de esta alegoría tiene que ver con la pareja y sus comportamientos
desarticulados. Vemos así al personaje de Bardem tomando atribuciones sin
consultar a su pareja, mientras que el personaje de Lawrence recriminando
dichas decisiones, a la vez que lidia con la impertinencia de los invasores.
Ante la falta de
consenso, la mujer se convierte en paredón de humillación, pero también en
fetiche de la cámara que la encuadra y la sigue de cerca. El personaje de
Lawrence se denota como la protagonista principal de esta historia, siendo el
eje del conflicto su fastidio, su agotamiento o cualquier prueba que evidencia su
minusvalía o esterilidad respecto a las reglas que se establecen bajo el techo
del hogar. Tanto su pareja como los intrusos pasarán sobre la autoridad de la
mujer. Lawrence es la anfitriona no reconocida, un personaje secundario para el
resto del elenco, que prefiere estimularse mutuamente en orden de sus roles: el
personaje de Bardem como poeta best seller
y los visitantes como lectores de dicha producción. Es el autor y los fanáticos
reunidos, en tanto, la mujer sobrando dentro del entorno. La que a vista es protagonista
principal y ama de casa, irónicamente, se convierte en la intrusa en su propio
hogar, en donde, en una segunda parte de la historia, se sumarán nuevos visitantes
o fanáticos, quienes lamerán la vanidad del poeta y agravarán la impotencia de
la mujer. O sea, lo mismo que el primer fragmento, solo que en grandes
proporciones.
¡madre! tropieza a consecuencia de su alegoría literal, desde las estocadas
estomacales que sufre el personaje de Lawrence, producto de una maternidad
atrofiada que más adelante dará signos de fertilidad al volver a ser única
“protagonista” para el escritor, hasta la representación de la casa viva y
latente, símbolo del universo literario que es testigo del proceso creativo de
un escritor que expira mediocridad, siempre reconstruyendo su poética bajo una
misma plantilla o arquitectura, condenada a lo cíclico, a la escasez de
originalidad. La extravagancia del filme es también un factor que fracasa,
desviándose del virtuosismo y alineándose al facilismo, por mucho que quiera hacer
una metáfora del consumismo literario y lo que implique dicha industria. No
necesariamente observada desde una lectura conservadora, ¡madre! hace una crítica a la morbosidad literaria –o quién sabe
que en su desvío se refiera a la producción artística en general–, sin embargo,
en su tránsito la convierte en su fetiche.
El último filme de Aronofsky
tiene mucho en común con Birdman
(2014). Ambas películas tienen como protagonista a creadores montando sus
“obras maestras”, personajes buscando llamar la atención de un público, lo que
los convierte en ególatras empedernidos. El personaje de Bardem, a fin de
cuentas, resulta ser además el centro del universo, siendo director,
orquestador, dios de todo lo acontecido. En el filme de Alejandro González
Iñárritu rige también el relato estrambótico, un espectáculo con fuegos
artificiales a inicio, intermedio y salida, representación que se establece en
la segunda parte de ¡madre! mediante
la anarquía argumental. Es el Irrumpiendo
la fiesta (1957) de Polanski con extensiones que nos remonta a las
secuencias de turbación en Los hijos del
hombre (2006) –resultando más brutal que un bélico como Dunkirk (2017)– y los singulares
rituales de Alejandro Jodorowsky. ¡madre!
para Darren Aronofsky, es lo que Birdman significó para González
Iñárritu; el retorno triunfal después de proyectos fracasados, y hasta tal vez dosis
para el ego artístico.
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