Nada queda sino nuestra ternura (2017) es un registro conmovedor a
algunos deudos del conflicto armado desatado en la década de los 80 en el Perú.
Sébastien Jallade no se apropia del acopio público, el análisis especializado o
cualquier asunto que convierta a su documental en una pesquisa o tesis de
investigación. Su filme selecciona al azar breves testimonios de personas que
se vieron envueltas en una problemática que, en ciertos casos, las obligó a apartarse
de sus terruños. Las marcas de la impunidad y la melancolía siguen presentes en
la memoria de estos, así como en sus canciones, un eje esencial del documental.
Nada queda sino nuestra ternura de
alguna forma vincula el rito de la música como medio de depuración, como
siguiendo las tradiciones de los antepasados que encontraban en esa oralidad un
pronunciamiento que congrega el dolor, pero también la ternura.
Danzay Yakunaq (2015), de Joseph Neyra y Marco Gonzáles, Río verde (2016), de Álvaro y Diego
Sarmiento, y El operador (2017), de
Diana Tupiño, son documentales que descubren rutinas. El primero explora el
itinerario tradicional de la Fiesta del Agua en Ayacucho y el importante rol
del danzante de tijera para preservar lo tradicional, performance además que se
extiende a una exhibición bizarra. Los otros dos documentales exploran lo
cotidiano. Caso el filme de los hermanos Sarmiento vemos a personajes
desplazándose en la selva amazónica, mientras que en el de Tupiño a un hombre
limitado en la cabina de una grúa de maquinaria pesada. Uno se gesta por su
tránsito del terreno de caza a lo doméstico, el otro a partir de lo inamovible.
Uno se identifica desde la correspondencia de sujeto y espacio, el otro filme desde
su limitación espacial convirtiendo al sujeto en parte o herramienta del
espacio.
De entre la selección
de cortometrajes que pude ver, Pareciera
que amanece (2017) es sobresaliente. La rutina de un adolescente que
parecía procurar un argumento insidioso termina desvinculándose a totalidad con
esa fantasía. El director Mateo Krystek envuelve entre lumbre y nocturnidad la
atmósfera y difumina la profundidad de campo como avistando un terror o
tragedia premonitoria. Pronto su protagonista se ve encasillado a lo apático.
Una inesperada visita y posteriormente un encuentro darán vuelco a ese concepto.
Pareciera que amanece desarrolla el
tránsito de la rutina intrascendente a la rutina expresiva, una renovación de
las relaciones humanas del personaje, cancelando lo mortuorio o lo abstemio de
propósitos. Mateo Krystek sacrifica las expectativas de una trama en favor a su
personaje, quien por fin vive su propia trama.
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