viernes, 10 de noviembre de 2017

3 Semana del Cine de ULima: Apuntes sobre la muestra nacional

Nada queda sino nuestra ternura (2017) es un registro conmovedor a algunos deudos del conflicto armado desatado en la década de los 80 en el Perú. Sébastien Jallade no se apropia del acopio público, el análisis especializado o cualquier asunto que convierta a su documental en una pesquisa o tesis de investigación. Su filme selecciona al azar breves testimonios de personas que se vieron envueltas en una problemática que, en ciertos casos, las obligó a apartarse de sus terruños. Las marcas de la impunidad y la melancolía siguen presentes en la memoria de estos, así como en sus canciones, un eje esencial del documental. Nada queda sino nuestra ternura de alguna forma vincula el rito de la música como medio de depuración, como siguiendo las tradiciones de los antepasados que encontraban en esa oralidad un pronunciamiento que congrega el dolor, pero también la ternura.
Danzay Yakunaq (2015), de Joseph Neyra y Marco Gonzáles, Río verde (2016), de Álvaro y Diego Sarmiento, y El operador (2017), de Diana Tupiño, son documentales que descubren rutinas. El primero explora el itinerario tradicional de la Fiesta del Agua en Ayacucho y el importante rol del danzante de tijera para preservar lo tradicional, performance además que se extiende a una exhibición bizarra. Los otros dos documentales exploran lo cotidiano. Caso el filme de los hermanos Sarmiento vemos a personajes desplazándose en la selva amazónica, mientras que en el de Tupiño a un hombre limitado en la cabina de una grúa de maquinaria pesada. Uno se gesta por su tránsito del terreno de caza a lo doméstico, el otro a partir de lo inamovible. Uno se identifica desde la correspondencia de sujeto y espacio, el otro filme desde su limitación espacial convirtiendo al sujeto en parte o herramienta del espacio.
De entre la selección de cortometrajes que pude ver, Pareciera que amanece (2017) es sobresaliente. La rutina de un adolescente que parecía procurar un argumento insidioso termina desvinculándose a totalidad con esa fantasía. El director Mateo Krystek envuelve entre lumbre y nocturnidad la atmósfera y difumina la profundidad de campo como avistando un terror o tragedia premonitoria. Pronto su protagonista se ve encasillado a lo apático. Una inesperada visita y posteriormente un encuentro darán vuelco a ese concepto. Pareciera que amanece desarrolla el tránsito de la rutina intrascendente a la rutina expresiva, una renovación de las relaciones humanas del personaje, cancelando lo mortuorio o lo abstemio de propósitos. Mateo Krystek sacrifica las expectativas de una trama en favor a su personaje, quien por fin vive su propia trama.

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