La ópera prima de
Agustín Toscano se inspira de una premisa y conflicto ya antes visto. Dos
ejemplos en concreto son Mientras dormías
(1995), de Jon Turteltaub, y Atracción peligrosa (2010), de Ben Affleck. En El
motoarrebatador (2018) un carterista motorizado descubrirá un lado sensible
luego de su último golpe. Este filme argentino combina la historia de una
persona sufriendo amnesia y un ladrón que, sin darse cuenta, va camino a la
redención. Miguel (Sergio Prina) es un antihéroe que tiene sus defectos y
virtudes en equilibrio. Hay razón para odiarlo y razón para compadecernos de
él. Sucede que esa clemencia se estimula a propósito de la coyuntura que lo
rodea. Una crisis social golpea el contexto al que pertenece este hombre. Es
mediante Miguel que Toscano expresa un gesto humano en circunstancias de
desaliento.
Una dosis realista es
latente en El motoarrebatador. Los
espacios desaliñados, además de los personajes que rodean al protagonista
principal, son señas de una negligencia colectiva. A Miguel lo vemos actuando
con el corazón, pero nunca faltan las malas juntas que le recuerdan la
situación en la que está inmerso. Son tiempos en que el delito parece invadir
el terreno de la legalidad. Lo cierto es que a pesar del ánimo agreste dominante,
Agustín Toscano le da un brillo optimista. Su trama, por muy dramática que sea,
tiene un aura esperanzadora. Es por esa misma razón que sabe más a comedia que
a drama. El humor domina la historia, la cual en su gran parte está estimulada
por la convivencia que tiene Miguel junto a su víctima. Ambos participan en la
simulación de una buddy film que en
general gana estima con modestia.
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