jueves, 22 de noviembre de 2018

La casa junto al mar (o La villa)

Todas las fantasías que definían a un pueblo que surca una cala en Marsella se han esfumado, y con ello sus habitantes o los ánimos de los pocos que han quedado o decidieron retornar. La casa junto al mar (2017) hace un panorama de la Francia actual, sobre los cambios en su sociedad y economía, además de su rol respecto a un tema coyuntural. El reencuentro de tres hermanos no solo descubre el lado íntimo y dramático que ha reprimido dolores irreparables y resentimientos, sino que también define posturas respecto a esas variaciones que han languidecido a un entorno que en un pasado fue lugar de buenos recuerdos y aspiraciones. El director Robert Guédiguian no solo hace un retrato grupal o de familia, sino también retratos individuales. A medida que avanza la historia, cada uno de los personajes va dando razones consecuentes que responden a un malestar social.
La moral de los personajes de La casa junto al mar tienen un aspecto desgastado. El tiempo se ha vuelto un enemigo que no solo los ha hecho envejecer, sino que ha corroído también el alrededor. El pueblo, antes paradero turístico, es ahora una Francia ocupada por los militares y los arrendadores. Ambos, de alguna forma, han espantado a los habitantes. No es necesario prestar atención a los náufragos de la diáspora siria para reflexionar en cuanto a la migración como tema de actualidad. Basta escuchar los testimonios de algunos franceses huyendo de su propio país para entender que la migración es un síntoma universal. Lo cierto es que entre tanto aire decadente, Robert Guédiguian comienza a germinar el optimismo. No solo es la introducción de unos inesperados huéspedes, sino también una autoreflexión, una suerte de redención motivacional que experimentan sus protagonistas.

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