David Lowery se ha
asentado como uno de los directores más estimulantes en el cine reciente de
EEUU. A medida que su filmografía se ha ido tejiendo, el autor no ha hecho más
que aumentar la valla de su creatividad. A esto se suma la versatilidad de su
fílmica. Existe una gran distancia entre una película de corte infantil como Mi amigo el dragón (2016) y un filme
también fantástico, aunque de tono existencial, como A ghost story (2017). En tanto, Ain’t
Them Bodies Saints (2013), su segundo largometraje, y primer largometraje a
la que se puede acceder, es un melodrama que bebe del western en su etapa
decadente y trágica. The old man and the
gun (2018), por su lado, tiene puntos que comparte con esa película, pero
de igual forma manifiesta rasgos que la distancian de la misma. La historia de
un prófugo de la ley es un tributo a diversos antihéroes del western, el hampa
o cualquier fantasía criminalística que la cultura de Hollywood se dispuso a
mitificarla mediante tristes baladas.
Sin embargo, vale
precisar que este tributo expreso en la biografía de Forrest Tucker (Robert
Redford), un septuagenario ladrón de bancos, no deja de provocar contraste
respecto a historiales como el de Bonnie
and Clyde (1967) o Butch Cassidy and the
Sundance Kid (1969) –también protagonizado por Redford– . Tucker (como buen
bandido, llamémoslo por su apellido), al igual que sus colegas, tiene esa
conciencia intrépida que es irreversible. El peligro y el sentido irreflexivo
forman parte de su naturaleza. Existe un momento para cometer la fechoría, ser
atrapado, huir y renovar su círculo “gozoso”. Pero para él todo esto no tendría
por qué tener un cierre trágico. Tucker no piensa en el final, sino en una
nueva aventura que aguarda ser documentada en pie a trascender dentro del
rubro. Tucker no especula una última misión o un acto suicida, tipo The wild bunch (1969), gran clásico de
Sam Peckinpah, quien se convierte en referente para Lowery en este filme como
en Ain’t Them Bodies Saints. Es como
si sus años respondieran a una experiencia de vida, en lugar de un acto de
arrepentimiento que urge por una redención o ponerle un cierre al bandolerismo.
The old man and the gun no es un filme sobre un ladrón en descenso. Su
historia no tiene de decadente ni de trágico, sino todo lo contrario. Es una
llena de vida que posee un aire jubiloso, esa personalidad que Tucker aplica al
momento del atraco: siempre sonriente. Su caballerosidad para el robo, más que
una estrategia, es un acto de compromiso con una labor que le apasiona. Es como
llegar a la oficina para hacer el trabajo de tus sueños. Siempre cordial con
sus compañeros y con los clientes. No hay razón para ser hostil. Claro que hay
momentos de silencio. Instantes en que se asoma la duda o se abre la reflexión
en Tucker, pero son apenas chispazos. Y aquí viene la habilidad de Lowery para
ponerle esas pruebas a su antihéroe. ¿Qué tan reacio es a su esencia? Entonces
fabrica un romance que tiene instantes deliciosos, un pasado o herida abierta,
su encuentro tal vez con un rival digno; estos tentándolo a la exoneración de
la que Tucker se sacude. Ese punto es fundamental en la película. Cómo la
historia central, la del ladrón incorregible, deja abiertas o estancadas las
historias secundarias. Por ejemplo, del pasado íntimo de Tucker nos enteramos y
al rato no sabemos más de este.
La historia de Tucker
en síntesis es la de un hombre que se mantiene fiel a sí mismo. Incluso en la
etapa en que el protagonista parece darse la chance de sentar cabeza,
asistiendo al cine, viendo a sus héroes (y no antihéroes) siendo ellos,
mientras él lleva una rutina común, momentos tranquilos y hasta melancólicos,
solo es una corta etapa ilusoria o, por qué no, parte del orden de la dinámica.
Es de esa forma que se forma un mito: aquello que escapa de lo ordinario y no
se deja persuadir o intimidar por convenciones como podrían ser las normativas
públicas. El filme de David Lowery se nivela a The ballad of Cable Hogue (1970), de Peckinpah, un western con un
aire cómico, pero asentado en un panorama que no deja de ser nostálgico y menguante.
The old man and the gun no dejará de
ser un filme sobre la vejez, lo equivalente a lo deteriorado, pero que presenta
a un protagonista enérgico. Ambos son filmes que generan una antítesis entre el
carácter y las circunstancias.
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