No es azar que la
ópera prima de Hu Bo haya llamado la atención y estimulado el aprecio de un
director como Gus Van Sant. La historia de Un
elefante sentado quieto (2018) reúne a una serie de personajes sometidos
por un ánimo depresivo. Estos pertenecen a diferentes generaciones, lidian con
distintas situaciones; sin embargo, no dejan de coincidir en que están inmersos
en un futuro en descenso y hasta insustancial para ellos. La condición humana
de estos personajes responde a una vida plagada de desalientos. Adicionalmente,
sus reacciones hacen una remembranza a la insensibilidad de los detectives
decadentes del neo noir. Sin
motivaciones en la vida, encaran al peligro sin miedo a las represalias.
Literalmente, no tienen nada que perder. Es decir, son aspirantes al suicidio,
no creyentes de la vida o la realidad que los rodea, han perdido la fe en lo
racional. Es por esa misma razón que de pronto los protagonistas de este filme
chino se han visto atraídos hacia algo absurdo: un elefante estático que
permanece sentado.
¿Estamos tratando
entonces con individuos que después de todo han reconocido una motivación en
sus vidas? Desde una perspectiva pueda que la naturaleza de estos personajes se
contradiga a partir de su obsesión con un hecho excéntrico, aunque lo cierto es
que razonan su existencia desde un concepto irracional e incluso mítico,
cancelándose de esta manera el valor motivacional. Estamos tratando con un
grupo que ha apostado su vida a algo incomprensible y hasta inexistente; que es
lo mismo decir, hacia algo que los representa. Los personajes de Un elefante sentado quieto no buscan una
esperanza de vida, y si en algún momento se esfuerzan por reconocer algún tipo
de salvación o misericordia, solo confirman su decepción ante la vida. Estos
están confinados a la agonía. En una escena, un personaje se refiere a esta
como estigma humano. Las épocas, las circunstancias o las mismas personas serán
otras, pero la agonía siempre será permanente.
A la agonía, está
también el padecimiento. El filme reza que parte de la existencia consiste en sufrir
un calvario, el exponerse a un largo trayecto de pericias. De ahí por qué Hu Bo
los pone a caminar a sus protagonistas, les traza rutas de a pie que parecen
interminables. Sucede con los personajes de Gus Van Sant o el protagonista de El fuego fatuo (1963), de Louis Malle.
Todos marchan hacia un destino trágico. La diferencia que los distancia es que
los personajes de Un elefante sentado
quieto han asimilado su realidad trágica sin recurrir a un suicidio físico.
El suicidio al que se inclinan estos es simbólico, un viaje o escape hacia una
ciudad que los llevará en donde está sentado y quieto el elefante que es presentado
como la atracción principal de una feria. No es gratuito que al final, en un
acto de celebración y siguiendo la lógica simbólica, los viajeros, a puertas de
su meta, jueguen entre la penumbra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario