Es ampliamente
significativa la composición del espacio y los modos en que el libertinaje –y no
el erotismo– se desata y define en la última película de Albert Serra. Lo
atractivo de Liberté (2019) tiene que
ver con la sintonización entre el escenario y las pulsiones perversas de sus
protagonistas. El director se remonta a la etapa histórica de la censura a la
inmoralidad a puertas a la Revolución Francesa. Nobles escapan de los ojos de
las cortes puritanas de Luis XVI rumbo a Alemania y se refugian en una zona
boscosa asesorados por un mentor de la materia del vicio sexual. No solo se
representará un encuentro entre practicantes de la orgía, el sadomasoquismo y
demás engranes, sino también el de la asamblea secreta entre corruptos,
hipócritas, parias sociales acaudalados, los que agitan y presumen esas mismas prácticas.
Es decir, somos testigos de otro relato decadente sobre una etapa histórica
degradante.
Así como en La muerte de Luis XIV (2016), el filme
de Serra, a primera impresión, parece ser un discurso celebratorio de un
momento o personalidad histórica, pero lo cierto es que es más bien la agonía
de esta misma. Si bien vemos a un grupo de personas dando rienda a sus goces
carnales, estos no dejan de estar en el cautiverio, bajo el velo del crepúsculo
y la posible invasión de sus verdugos. Por otro lado, y paradójicamente, este
ambiente es también un estímulo de la acción. El sexo a campo abierto nos
remite al concepto de la sexualidad en su práctica más incipiente. Los
personajes de Liberté no están lejos
a ser una versión salvaje e instintiva de lo humano –tomando en cuenta además
que estos están liberados de cualquier gesto moral, aquello que nos separa de
lo animal–. Adicionalmente, no deja de filtrarse una lectura voyerista.
Mientras unos practican el sexo, otros integrantes observan, desde un plano
general, medio o primer plano. En tanto, el espectador no deja de convertirse
en otro comensal ocular de esta bacanal.
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