Lo mejor de este documental acontece cuando el protagonista de este retrato tiene que “enfrentarse” a la secuencia más difícil e incómoda. Jorge Acuña, reconocido mimo de las plazas peruanas, se reúne con sus hijos, quienes hablan –o intentan hablar– sobre su padre. Es uno de los cuantos instantes en que la magia que rodea al artista se diluye y la realidad lo succiona a propósito de los comentarios desordenados, reproches camuflados, reflexiones a medias por parte de ese grupo de personas mayores de cuarenta años refiriéndose a la figura difusa que para ellos representa su padre. Círculo de tiza (2020), hasta cierto punto, suspende el homenaje al artífice de mundos inventados a fin de descubrir el lado áspero que implicó su imaginación, su oficio como payaso de plazas abiertas, esa representación que sirvió como una ventaja limitada para huir de sus antecedentes.
sábado, 22 de agosto de 2020
24 Festival de Lima: Círculo de Tiza (Competencia Documental)
Acuña
transita de la imagen de héroe a la de antihéroe. No es un cowboy, pero algo de
su ocaso nos remonta a esta fantasía, en principio, gloriosa, digna de
convertirse en modelo de arte o emprendimiento, y, posteriormente, desterrado,
decadente, triste, alcoholizado. Es como si precisara del brebaje para huir de
esos demonios reales. Sin percatarnos, nos vamos dando cuenta que a cada
remembranza, un vaso de cerveza se adjunta. No es gratuito que en la única
escena en que el comediante no brinda, es cuando él se reúne con sus hijos y
estos hablan por él. Es el artista asistiendo a la sobriedad, posiblemente,
como un acto de autoescarmiento por aquello que él cree merecer. Es un gesto de
inmolación, un pago que el padre hace a sus primogénitos, tal vez, porque se
los debe. El hecho es que la película de Jean Alcóver y Diana Daf no pretende hacer
primer plano de estas averías que aluden a la caída de un ídolo. Estos son
rastros que en el proceso se hacen evidentes porque adjunto a Jorge Acuña
están.
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