viernes, 16 de octubre de 2020

7 Festival de Trujillo: Jiwi Bewai / Mamapara / Mitayo (Competencia de cortos)

Tres cortos documentales que relatan rutinas diarias observadas desde una sensibilidad distinta. En Jiwi Bewai, el árbol que canta (2019), el director Martín Rebaza nos descubre el día a día de Jorge Pacaya, un habitante octogenario de la comunidad nativa de Santa Teresita, situada en la ciudad de Puerto Maldonado. Su filme atiende al testimonio de un solitario, uno que vive apartado de su familia, pero que además parece estar al margen de su propia comunidad. Por un lado, tenemos a un hombre divorciado de su familia que partió hacia otro rumbo. Ya son años que Jorge vive solo y eso lo ha obligado a adaptarse a una rutina modesta, limitada a interactuar únicamente con el entorno natural para sobrevivir de esta. Por otro lado, es la historia de un habitante que de alguna manera también padece de un divorcio hacia su comunidad, a propósito de una tradición que él reserva, pero que su sociedad ya no requiere. Jorge Pacaya es el último indicio de una práctica que vincula al hombre y la naturaleza a partir del canto. El anciano es una suerte de traductor de las melodías de ciertos árboles –reservas además de una sabiduría medicinal–, pero que ya no entona por miedo a ser tildado de loco.

Martín Rebaza registra este testimonio de forma objetiva, tratada como evidencia patrimonial para conocimiento histórico. Caso diferente es el tratamiento que se le otorga a Mamapara (2020). En su corto documental, el director Alberto Flores nos adentra a la rutina de alguien cercano. Es el tributo del hijo a la madre, el cual se manifiesta con un ánimo de congoja, aunque sin dejar de ser una honra. Nos enteramos de la vida de Honorata Vilca, sobre sus antecedentes de mujer huérfana y su presente como vendedora ambulante. A pesar de que el filme acontece en una ciudad de la zona del Altiplano, Flores asiste a las evocaciones de una tradición andina propia de la ruralidad. La lluvia, la “mamapara” o madre lluvia, como incidencia natural que el director relaciona con la presencia de su madre. Mamapara nos traslada al imaginario andino interpretado como un universo melancólico por excelencia. De pronto, el pasado y el presente de Honorata, su propia rutina, el espacio –por mucho que sea de ciudad– arrastran un aire de pesadumbre. Hay además una filtración de lo trágico, sentimiento inherente a los sujetos de los Andes, una herencia innegable, al punto que el documental capta por azar un cierre de esa línea. Lo cierto es que, al igual que el ámbito andino, esta honra no deja de desplegar una sensibilidad onírica y bella.
Aún más sugestivo es la composición del corto documental de Marco Alvarado. Mitayo (2020) se debe al nombre que la comunidad de Aguanomuyuna –caserío asentado en la ciudad de Tarapoto– le otorga a la temporada de pesca. Vemos así una rutina periódica a través de la familia Shapiama. El director sigue a sus miembros durante la faena y la llegada de la pesca hacia la mesa familiar. Ahora, lo que posiblemente nos refiera a una práctica habitual y, por tanto, convencional, es consecuencia del modo de registro lo que orienta a este filme a ser calificado de una mirada particular. Mitayo está a la línea de los documentales en donde el autor no interfiere dentro del escenario. Su intromisión, en tanto, es imperceptible, no perturbando la naturalidad del proceder de los miembros de esta familia. Marco Alvarado pronuncia esa marca de “autenticidad” a partir de la limitación de la palabra. Esto a su vez provoca una sonoridad que eleva las acciones de los protagonistas a un plano de lo ritual. No solo es el rezo ceremonioso que dicta el padre antes de los alimentos, es también el lanzamiento de las redes, el lavado de los peces y el retorno a las aguas para repetir el ciclo.

Pueden ver todos los cortometrajes totalmente gratis en la página web del Festival: www.fecit.pe

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