Dos películas que aluden a la locura. En Selva trágica (2020), la directora Yulene Olaizola se remonta a la década del 20 en las inmediaciones de la selva que hace frontera entre los países de México y la actual Belice. En su historia, un grupo de recolectores de chicle se encontrará con una mujer desorientada que provocará una serie de roces entre los hombres. La directora mexicana revisita los relatos de aventureros consumiéndose ante la imprevisibilidad del entorno, una suerte de venganza natural o karma que reacciona ante la codicia de los forasteros. Son tiempos del auge de la depredación y colonización de la naturaleza. Las junglas vírgenes se convierten en escenarios de carreras entre devastadores que vienen de aquí y allá, atropellando no solo las reservas ambientales, sino también las culturales. A propósito, Selva trágica, a diferencia de las travesías de Klaus Kinski en Aguirre, la ira de Dios (1972) o Fitzcarraldo (1982) en donde es sometido por la geografía agreste, los chicleros serán desafiados por un ente desconocido. Yulene Olaizola revierte el sentido de aventura, consecuencia de la desorientación ante lo inexplicable, y remonta a una leyenda de terror con moraleja incluida. La presencia de un ser no es más que un mecanismo que acelera el estado de locura y obsesión provocado por la avaricia.
martes, 24 de noviembre de 2020
35 Festival de Mar del Plata: Selva trágica / Los conductos (Competencia Latinoamericana)
En
Los conductos (2020), Camilo Restrepo
también nos traslada a una “jungla” que empuja a la sinrazón a los que la
integran. Esta ópera prima colombiana hace retrato de la pericia de una suerte
de “extranjeros”. Pinky (Luis Felipe Lozano) es un ejemplar de una sociedad que
lo ha clasificado en la periferia, un exótico dentro de su propio territorio. El
hurto, el esclavismo laboral y las drogas son una serie de condiciones que han
afincado a este personaje a una realidad de la que parece ser una camisa de
fuerza. Estamos tratando con un personaje coaccionado por una cadena de
infortunios que se remontan desde su infancia. Pinky es el síntoma de la
miseria heredada, lo que a su vez ha amasado en su conciencia un desencanto con
todo lo que le rodea. Este es un detalle importante. En cierto modo, estamos
tratando con un filme testimonial. A la línea de sus cortos realizados, a Restrepo
no solo le atrae los dramas que devienen de la periferia, sino que además observa
en estos la oportunidad para que ciertas voces expectoren sus demonios. De
hecho, Los conductos está basado en
las vivencias reales del actor que protagoniza al antihéroe de la película. Si
bien Pinky no es un cantante como lo eran los personajes de los cortos de
Camilo Restrepo, se convierte en una suerte de orador en este cine que se
orienta a lo experimental.
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