viernes, 11 de diciembre de 2020

Kim Ki-duk (1960 - 2020)

En una entrevista, Kim Ki-duk comentaba sobre la "mudez" de sus películas. Decía que sus guiones originalmente tenían diálogos, ya después en el rodaje se suprimían las palabras y simplemente quedaban esas emociones que habían percibido los actores y actrices al momento de la lectura del guion. Entender esta forma de realización es un atajo para comprender y apreciar los filmes de este director, responsable de que muchos festivales comenzaran a prestar atención al cine en Corea del Sur que para principios del presente siglo comenzaba a engendrar a una nueva y estimulante generación de jóvenes directores. El 2003 fue clave para el cine de este país. En ese mismo año se estrenaron OldBoy, Memories of Murder y Primavera, verano, otoño, invierno…y otra vez primavera. Park Chan-wook se convirtió en el director de exportación por excelencia con su historia de ultraviolencia. Años después, no sería recién con el estreno de The Host (2006) que Bong Joon-ho lograría similar empatía provocada por Park, eso a pesar de que Memories of Murder es hasta el día de hoy la mejor película del director y tal vez de la historia del cine de Corea del Sur, pero que recién obtuvo la atención internacional merecida gracias a la acogida y cariño que el director se ganó con el estreno de Parasite (2019).

El hecho es que antes del 2003, y de estrenar Primavera, verano, otoño…, la mejor película que haya realizado el director, Kim ya había preparado el terreno para la salida de sus compatriotas. Su ejercicio inicia casi a mediados de los noventa. Para el nuevo siglo, películas como La isla (2000) y Bad Guy (2001) habían sido premiadas o bien recibidas en importantes festivales, tales como Venecia o Berlín, cuando todavía eran “los festivales”. Antes del 2003, Kim estaba a dos películas para llegar a su décima realización, y ninguna de ellas dejaba indiferente a la crítica o al espectador en general. Era un cine muy especial. Sus historias convergían sentimientos de odio y amor. Sus protagonistas eran detestables en cierto modo. Eran pueriles, grotescos, violentos, y los que no, el director se las arreglaba para que manifestaran ese lado perturbador del que nadie desea contemplar. Está una gran y confusa escena de La isla en donde esta bella joven que alquila plataformas de pesca nos comienza a cagar en el rostro. Es decir, ¿quién quiere ver a algo tan bello defecando? Kim creaba esta convergencia de dimensiones. Lo suyo era descubrir que hasta el lado más sumiso o angelical podía emerger un lado venéreo o ser corrompido, porque sucede que todos tenemos algo de maligno muy adentro nuestro.

Pero el cine de Kim no era decadente, fatalista o tarantinesco –derivado a una violencia con el fin de regodearse en esta–. Era más bien todo lo contrario. Desplegaba historias esperanzadoras, había mucha redención, sus personajes en cierto punto de sus vidas experimentaban la expiación a partir de una suerte de epifanía. Kim parecía tener una influencia indirecta del neorrealismo italiano. Sus personajes eran parias sociales en contextos insanos, pero lo cierto es que ninguno de estos protagonistas tenía falsas aspiraciones de sobrevivir. Solo eran presencias dispuestas a seguir siendo agentes de la mafia o explotadores sexuales. Y entonces llegaba ese momento que generaba un viro en sus rutinas villanas. Es, por ejemplo, el personaje principal de Bad Guy conociendo a una inofensiva muchacha. En primera impresión, su vida no parece cambiar. La joven se convierte en una víctima más de esta bestia que no habla, solo labra y gruñe; es un animal. Sin embargo, hay algo en él que ha comenzado a remover sus entrañas. Se ha vuelto más violento, pero también más dependiente de ese sujeto al que no deja de explotar, aunque también sobreprotege. Es toda una contradicción de emociones. Kim recrea la lucha del bien y el mal en el interior de sus personajes. Es la búsqueda del zen, el estado de equilibrio, el encuentro con la paz y el orden.

Qué puedo decir del cine de este director. Aunque no he vuelto a rever sus películas por la obstinación de seguir descubriendo nuevas películas, guardo a sus filmes un gran cariño y mucha devoción. A Kim le debo la curiosidad de atreverme a ver cine de países fuera de Europa o EEUU. Más que Hierro 3, Primavera, verano, otoño… es sin duda una de las películas más alentadoras que he visto en mi estado de formación cinéfila. La historia del monje que se corrompió –o es que siempre estuvo corrompido– y retorna hecho un animal –esto es muy “kimkidukiano”– es una forma muy precisa de concebir qué tan compleja es la mentalidad de la humanidad, y qué tan influyentes, persuasivas y perniciosas son rutinas de la civilización. Así como varias de las que ha realizado, está dispuesta de una poética de la imagen atractiva. Es un cine para contemplar. Es una idea del alma en su estado más puro y calmado. En general, ver sus películas es un impulso a la reflexión, al estado del silencio, un portal que nos traslada a la percepción de las pequeñas cosa. En la anterior década, Kim Ki-duk tuvo un descenso creativo. Sus películas se tornaron un tanto densas. La crítica dejó de seguirlo. A esto se sumó una denuncia sexual. El director no volvió a ser tema de conversación, al menos, no como antes. Pero queda el cine o la memoria.

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