miércoles, 2 de junio de 2021

XII Festival Al Este: El cine de Jessica Hausner (Fokus)

Es a partir de su segundo largometraje que Jessica Hausner se asocia a un estilo fílmico en donde la armonía estética y dimensional son puntos de atracción, pero sobre todo significativos para sus relatos. Hotel (2004) narra la historia de una nueva empleada en un hospedaje en las zonas montañosas de Austria. Su condición de novata dentro de un espacio no reconocido se complementa a partir de la composición visual. Más allá del aspecto de la arquitectura, es la posición de la cámara la que orienta y define perspectivas que generan una dialéctica entre el espacio y el conflicto que propone la trama. Algo de la desaparición de su antecesora y la leyenda de una bruja cerca al recinto hospitalario son la siembra de antecedentes difusos que gestan el mal agüero. El ingreso de la protagonista a los pasajes y demás áreas del hotel nos refiere a la introducción de una zona cavernosa, impresión simbólica y consecuente para una mujer que ha percibido un aire de misterio a su alrededor. La hostilidad que recibe de sus colegas, la curiosidad hacia el enigma de la desaparición de una persona que nunca había visto y su atracción por adentrarse al territorio de la hechicera, son situaciones que se expresan mediante encuadres en donde constantemente se observa un límite entre la luz y la oscuridad, lo claro y lo imperceptible.

Más riguroso es el tecnicismo de las perspectivas empleado en Amour Fou (2014), aunque no significativo o complementario para el conflicto. En esta ocasión, Hausner lo explota para crear un vínculo puramente artístico asociado a la temporalidad histórica. Estamos en el Berlín del siglo XIX. Dos personajes de pensamientos distintos se asocian para el suicidio. Las ideas románticas encendidas por el manifesto del Sturm und Drang son el foco temático de esta película, en donde el amor es la pauta para el vivir o el morir. Hay algo del joven trágico de Las desventuras del joven Werther, escrito canónico de Goethe, en el protagonista de este relato, quien más bien no contempla al suicidio como síntoma del rechazo sentimental, sino como punto final y perfecto para preservar el amor consentido dentro de una realidad reconocida como trágica. El conflicto de Amour Fou es el debate entre las ideas románticas y las racionalistas difundidas por la Ilustración expuestos en un plano sentimental, político, social y cultural. Hausner hace un panorama general, aunque esclarecedor, sobre cómo una sociedad burguesa, la masa intelectual promotora de ese racionalismo, reacciona ante esas posturas progresistas e idealistas que pondrían en riesgo sus vínculos de poder al promoverse una conciencia de la igualdad social, la libertad en donde, por ejemplo, los pobres gozan de los derechos de los ricos.
Pero volviendo al aspecto estético de esta película, la directora parece hacer un tributo a los retratos clásicos, los admirados por los embajadores del romanticismo. Nuevamente, la posición de la cámara encuadra escenarios de perspectivas bien definidas. A esto se suma, por un lado, la inspiradora dirección de fotografía, que gestiona la iluminación, tanto en interiores como en exteriores, de manera que los primeros planos y la profundidad de campo no pierden nitidez ni protagonismo, y, por otro, la dirección artística, imprescindible para integrar la correspondencia entre los objetos y la complejidad visual (la posición de los cuerpos respecto a la luz, la multiplicación de los planos dentro de un mismo encuadre, el rebote de la imagen en los espejos), y además emular los retratos pictóricos en un sentido clásico. Es la película estéticamente más compleja y fascinante de Hausner. Lo curioso es que no deja de ser un punto de contradicción con el escenario que se explora. Si lo evaluamos en un sentido racionalista, las casas hermosamente ricas de la alta sociedad o la naturaleza vibrante están lejos de la frialdad racional de la época. Caso si se observa desde una perspectiva romántica, en efecto, en una segunda etapa de esta filosofía hubo una revaloración por todo lo que remitiera a lo clásico, pero por encima estaba la fijación por una naturaleza melancólica y de una composición densa y exótica, tal como se representa en las pinturas de Caspar David Friedrich. Este contraste entre el pensamiento y el espacio, posiblemente consciente, se entabla también en su tercer largometraje.
Lourdes (2009) es una película sobre el acto de fe, pero además sobre el escepticismo, contempla las acciones de abnegación al servicio de los demás y también los gestos de envidia hacia los más “favorecidos”. En su historia, una mujer confinada a una silla de ruedas, junto a varias personas discapacitadas o con algún padecimiento físico, hacen un tour de peregrinación a la ciudad de Lourdes, destino para la excursión espiritual que además es foco del atractivo turístico. Hausner presta atención a la antítesis que sugiere el entorno, en principio un lugar de fe, pero que para muchos es identificado como un escenario que se aprovecha de la ingenuidad de un público a partir de la explotación de testimonios interpretados como mitos. Lo estimulante de este filme es que, a pesar de esas contradicciones que podrían revelar un espacio que estimula la duda o el agnosticismo, no deja de contemplarse como una historia que empodera la fe a propósito de esos actos y reacciones que se esfuerzan por doblegar el espíritu. Es una historia en donde el milagro no solamente es cuestionado por su factibilidad, sino también por la naturaleza de quien lo adquiere. Sin embargo, el peregrinaje o el darle crédito a la fe no cesa y, en su camino, incluso por instantes, logra persuadir a los mismos detractores.

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