Una mirada escindida sería reducir a la ópera prima de Maggie Gyllenhaal como un retrato sobre la desromantización de la maternidad. Leda (Olivia Colman) es la representante de otros personajes adultos resistiéndose a los retos y rutinas asociados a vínculos familiares que los privan de su libre albedrío. Un ejemplo de esos es el personaje encarnado por Ed Harris, el vigilante del balneario griego en donde Leda ha optado por tomar un retiro en solitario. El encuentro entre estos dos individuos es el reconocimiento a un estilo de vida al margen de las convenciones. Ambos han vivido descomprometidos de los rituales propios de la maternidad/paternidad. The Lost Daughter (2021) es una película que nos presenta a individuos que se han zafado de esas ataduras determinadas por las pautas sociales. Muy significativa es la estadía de la protagonista en un escenario que revela a una cultura en donde los lazos familiares son vitales. Para más información, véase My Big Fat Greek Wedding (2002). Es por esta razón que la sola presencia de Leda, madre de familia, vacacionando sola en una playa griega, es vista con desconfianza por los locales. ¿Dónde están sus hijos? Es una situación inconcebible para una sociedad griega encurtida en sus tradiciones añejas. Ahora, es a propósito de ese desencuentro de costumbres que se gesta lo más interesante de la película.
martes, 1 de febrero de 2022
Netflix: La hija oscura
The Lost Daughter, en efecto, bosqueja un lado
fatigante, taciturno y, en cierta medida, negligente de la maternidad. Estamos
hablando de la zona tabú de una condición siempre afiliada a la abnegación. Definitivamente,
es un tema provocador que debería de deslindarse del veto. Muy a pesar, percibo
que esa desromantización de la maternidad se aborda de una manera romántica. Estamos
ante el caso de una mujer que estableció un débil vínculo afectivo hacia sus
hijas; en tanto, sus fantasías de independencia son más fuertes. Ahora,
ciertamente, este acto de egoísmo se sustenta en base a otras condiciones o dependencias
sociales -logros profesionales, seudoacademicismos, relaciones amorosas-. Casos
distintos son esas otras desromantizaciones retratadas en películas como la
española Ama (Júlia De Paz Solvas, 2021) o la mexicana Lola
(María Novaro, 1989), en donde vemos a madres que son persuadidas únicamente
por su propia personalidad y no por alguna otra fantasía social. Pero volviendo
a lo más interesante del debut de Maggie Gyllenhaal. The Lost Daughter
funciona más como una película tensa que como un drama maternal. La interacción
entre Leda y esa comunidad que pisotea contra cualquier gesto de independencia
hacia la familia es por momentos perturbadora. Y lo curioso es que ello no
deviene tanto de los antecedentes turbios de los patrones de esa familia -los
que de paso también inquietan-. La tensión aquí es por el choque de valores.
Leda es casi una víctima del ostracismo. Su soledad, hasta cierto punto, es una
desventaja en ese escenario acostumbrado a castigar a las mujeres de su clase.
Es una denuncia formal a un pensamiento obtuso.
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