Comienzo a compartir algunas críticas de películas que he podido ver en la presente edición del Festival de Rotterdam que va hasta el 5 de febrero.
La filosofía Munch es atemporal. Siempre va a existir algún genio creador opacado por el canon o las convenciones oficiales, especialmente si esa creación se trata de una proyección personalísima, aquella que nace de las entrañas de alguien que ha convivido constantemente con el dolor, el rechazo, confinado al aislamiento. En esta ficción, Edvard Munch en un momento citaba a Henrik Ibsen, otro recluido social, a propósito de que el hombre es una isla y su obstinación por mantenerse al margen de las personas: “El hombre más fuerte es el que resiste a la soledad”. Sin embargo, más adelante, un Munch a orillas de la muerte, pide un rato más de compañía a un amigo suyo. “La gente piensa que me gusta estar solo”. La condición del pintor noruego era un síntoma social. Lo cierto es que los egos sociales y la restricción de la libertad en todos sus sentidos, sumado a sus experiencias trágicas, fue lo que persuadió al autor a sustentar su pensamiento sobre el arte como expresión de la disfuncionalidad espiritual. El arte no es objetiva, es expresiva. En tanto, tomando en cuenta que estábamos tratando con un espíritu liado y fracturado, entonces eso malinterpretada al arte de Munch como una creación demente o insana, lo contrario a la fantasía burguesa en donde el arte es la percepción de la belleza desde la impresión. El pintor estaba condenado.
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