jueves, 2 de marzo de 2023

The Fabelmans

Atención a ciertos acabados en la última película de Steven Spielberg. Si alguien se atreviese a acuñar este filme como un producto perfecto es a causa de un impulso provocado por un fanatismo enceguecido o porque simplemente no sabe diferenciar entre la estética de un nobel cineasta y un maestro del cine. Lo primero que salta a la vista son las “precarias” transiciones en su edición. El uso del fade in y el fade out es digno de un aprendiz de esta materia. Sus fundidos en blanco o negro, los que habitualmente marcan el fin de una etapa, tienen una ejecución rudimentaria, algo desalentador viniendo de quien viene. Adicionalmente, dos escenas vitales para la historia son empalmadas por un mismo fondo musical, un reconocido concierto de Sebastian Bach. Bach es Bach, pero hay cierto anticlímax o carencia de inspiración en retomar esa pista usada sin destreza por jóvenes cineastas. Simplemente, eso no lo haría Spielberg. Me refiero al viejo Spielberg porque el joven es seguro que lo hizo, algo que es comprensible tomando en cuenta sus antecedentes como director de cine autodidacta y que además no contaba con un mentor o consejo fílmico a la mano.

Definitivamente, The Fabelmans es la película más personal realizada por Spielberg. El director está tan empeñado en refabricar esos recuerdos cuando comenzaba a explorar el mundo tras la cámara que hasta se atrevió a imitar o revivir las falencias que por entonces cometía. Me imagino a Spielberg interrogándose: ¿Cómo hubiera editado esta secuencia mi antiguo “yo”? ¿Qué música hubiera seleccionado? ¿Cómo hubiera hecho tal o cual plano? El maestro hace un homenaje a sus orígenes como realizador. Frente a esa tarea, hay un profundo respeto por cómo pensaba este niño y adolescente que equilibraba su punto de vista entre un perfil creativo y otro pragmático. Por entonces, era un director muy apasionado por la ficción, pero no había duda de que su gran fuente de inspiración fue su realidad o círculo familiar. Ahí está Sammy (Gabriel LaBelle), el hijo de una impetuosa artista y un ecuánime ingeniero. Las vivencias, los antecedentes, los recuerdos son esenciales para todo creador. En tanto, sería incorrecto suponer que el genio de Sammy tras la cámara no le debe nada a su familia, a pesar del egoísmo de su madre y la falta de apoyo vocacional de su padre. No habrán sido estimuladores, pero sí se convirtieron en inspiración. Recordemos el rodaje de su película bélica. Sammy le da pautas a su actor. De pronto, el drama de ese soldado en el plató no está lejos al drama que vive el joven director en su propio plató o casa familiar.
Sería difícil resumir el cine de Spielberg, pero siempre alguna de sus constantes estará presente en sus películas, así el relato suceda en el año 3000 o en un escenario del fin del mundo. Los suburbios y las familias disfuncionales son un mantra en su filmografía. No serán el centro del conflicto, pero sí que muchos de sus personajes tendrán antecedentes viviendo bajo un techo periférico o en estado de crisis familiar. Dicho esto, es la primera vez en que estas dos constantes se convierten en el centro de su trama. Otra razón para denominar a The Fabelmans como su película más personal. Ahora, como muchas obras personales, es seguro que resulta ser un tanto decepcionante para los habituales de su cine, aquellos que pasan por alto que estamos tratando con algo muy valioso. Y es que no hay muchas oportunidades en que un creador nos permita ingresar a su mundo más íntimo. Es en esta última película que podemos tener una idea aún más clara sobre Steven Spielberg, cómo se formó, cómo es que nacieron algunas de sus ideas, cómo se enamoró del horizonte dentro del plano y aprendió a corregir el encuadre de su cámara. Esa torpe corrección en la toma final de The Fabelmans delata que esta película es una remembranza a su formación, un tributo a su modo en que percibió la realidad para volcarla a la ficción. Aquí los errores son consentidos, pues estamos tratando con las memorias de un artista en desarrollo.

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