Un anciano está a punto de
enfrentar a un juicio público. Él ha matado a su nieta. Es así como inicia Yana-Wara
(2023), un relato que en gran parte es fruto de una reminiscencia, los
recuerdos o descargos de un hombre caído en desgracia que narrará la historia
de las desdichas que recayeron en su difunta nieta. He ahí una tragedia griega.
Está la estructura; una historia que inicia con el final, solo que en lugar de
un coro vaticinador es la voz del propio desgraciado quien hará remembranza de
manera cronológica de una línea de infortunios. Están las convenciones
argumentales; a propósito de una relación filial en donde las desgracias son
heredadas, en tanto, el sobreviviente se convierte en un alma en pena,
confinado por su propio linaje y destinado a cargar una memoria pesarosa hasta
que una muerte natural lo alcance. La tragedia de Edipo no está lejos a la
tragedia que está viviendo don Evaristo (Cecilio Quispe), un habitante de las
alturas de los Andes peruanos, quien asesinó a alguien de su propia sangre no
antes de que la víctima sufriera un calvario fruto del destino. Yana-Wara es
prueba de que las culturas, por muy diversas o extrañas que sean entre sí,
expresan una universalidad, un punto de encuentro que las vincula y las pone a
dialogar entre sí. Y es que resulta muy estimulante cómo es que una película
que descubre mucho del imaginario andino tenga una coherencia similar a los
relatos primigenios de la cultura occidental.
A diferencia de Antígona,
Yana-Wara (Luz Diana Mamami) parece haber sido maldita por capricho del destino
y no por el error de sus antecesores. Muy a pesar, su derrotero no es menos
trágico que el de los personajes míticos o históricos del lejano territorio
europeo. Ahora, la película dirigida parcialmente por Óscar Catacora y completada
por Tito Catacora mezclan pesares propios del mundo andino como los
correspondientes a una realidad universal. Este detalle es importantísimo. Las
tragedias griegas y de igual forma todos los mitos y leyendas son discursos que
de alguna manera fueron difundidos con el fin de comprender mejor la naturaleza
humana y su realidad. Dicho esto, los conflictos que veremos en Yana-Wara
si bien es una combinación de efectos ficticios como reales el resultado
siempre será una representación de los miedos sociales por muy ficción o
realismo-mágico que se exprese. Por ejemplo, el castigo de Yana-Wara será el
acoso, el cual es compartido por un hombre y una entidad. Esta es la película
sobre un abuso sexual y sobre una posesión espiritual. En cierto sentido, los
agresores, así como sus ejecuciones, no están lejos uno del otro, a pesar de
pertenecer a naturalezas distintas. Ambos apelan por una tenencia, sea física o
espiritual, siendo la víctima alguien predestinada a sufrir, ya sea porque la
sociedad concientiza esos actos o el mundo andino hace trascender esas
creencias. Yana-Wara, en medio de esas convenciones, parece estar entre la
espada y la pared, y nada ni nadie podrá hacer algo para frenar o hacer
retroceder su calvario. En conclusión, sufre de manos de un acto real o
universal y también de un acto ficticio o propio del imaginario andino.
En extensión, a este punto, podríamos
insinuar que Yana-Wara es una película que se inspira en las desventajas
de ser mujer en este tipo de comunidades cerradas y que orientan sus leyes en
base a sus pensamientos. Por el lado de la violencia sexual está claro. Caso
ese otro flagelo que castiga a Yana-Wara y tiene que ver con el acecho de un
espíritu maligno; muchas tragedias griegas cuentan sobre dioses
transfigurándose en animales con el fin de poseer a las mujeres vírgenes, algo que
también se emula en este ente aimara que se apodera de la protagonista,
situación que evoca la oralidad andina, donde se cuentan historias de mujeres
poseídas y no tanto de hombres. Asimismo, desde una vista general, esta lectura
de la violencia de género alcanza la coyuntura nacional peruana y de otros tantos
países. Eso es lo que no deja de cautivarme de la producción de los Catacora:
cómo es que su película adaptada a un escenario tan cerrado deja en evidencia
que puede adaptarse a otras comunidades que, en teoría, presumen ser más
civilizadas. Caso Lima, no se precisa de entidades multiformes para hallar la
multitud de casos similares al de Yana-Wara. Esta película tiene mucho de su
propiedad, pero no deja de referir al exterior. A propósito de la propiedad, pienso
en ese demonio de los Andes emitiendo el barrullo de todo un bestiario, tal y
cual lo describen los mitos y leyendas andinas, aunque, ya lo había mencionado,
nos recuerda también a Zeus convirtiéndose en cisne o en un hermoso becerro. Pero
no solo hay referencias mitológicas en esta película.
Yana-Wara hace un citado a la película de
culto Onibaba (1964), de Kaneto Shindo. Ahí está la secuencia de un ser
del que solo se le ve el rostro en medio de la penumbra. Es una representación
entre espectral y mística. Una aparición que es imposible humanizarla por su
naturaleza sobrehumana. Es ante todo la expresión de una idea, como dejando a
la imaginación esa gran parte desconocida y que hace estremecer a cualquier
terrenal fruto de la incomprensión. Ya en Wiñaypacha (2017), Óscar
Catacora había confesado su fascinación por el cine asiático mediante su
referencia a Yasujiro Ozu y representado en su película adoptando un plano
cercano al piso, la rutina ceremonial de sus protagonistas y la sensibilidad
hacia el drama filial. En esta nueva película, ahora piensa en otro asiático
para fabricar elementos fantásticos e inquietantes. Yana-Wara es una
película que además de turbar, ello producto del sufrimiento excesivo que recae
en la protagonista, es provocadora desde la expresividad que sugiere el
imaginario andino. Hay una escena muy perturbadora de la película, pero que,
sin embargo, está a la línea del comportamiento o reacción de la comunidad.
Vemos entrañas, cuerpos inertes manipulados. Es un cuadro bárbaro —y equívoco—
si se intenta comprenderlo desde afuera de la comunidad. Algo de eso ya se
había visto en Wiñaypacha, solo que en Yana-Wara es más gráfico.
Lo entiendo como un zoom etnográfico. Entiendo también fue una
iniciativa de Tito Catacora, quien expandió el pensamiento de su sobrino hoy
desaparecido, quien a su vez creó una nueva historia del mundo andino trágico,
decadente y que fuerza al exilio a sus sobrevivientes.
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