jueves, 2 de mayo de 2013

Iron Man 3

Como para no oxidarnos frente a la reducción de filmes que se han estado estrenando en la cartelera durante estas últimas semanas, hacemos un breve comentario sobre un único punto que llama la atención en Iron Man 3 (2013). El filme dirigido por Shane Black juega con una teoría sustancial en los más recientes (e incluso teorías lejanas que entonces sonaron premonitorias) estudios de sociólogos, filósofos, psicoanalistas y entre otros. Se me viene a la mente nombres como Noam Chomsky o Slavoj Zizek, estudiosos que frecuentemente retan al canon hegemónico cada vez que tocan temas como las  operaciones y mecánicas en las grandes corporaciones, las verdaderas necesidades que se busca en las invasiones post la lucha contra el terrorismo o los usos del poder y el miedo que se desenvuelven frente a la sociedad. Son estos dos últimos puntos los que Shane Black usa y engrana en el fin de saga del superhéroe de Marvel.
(Advertencia: A continuación, el spoiler medular del filme) Ocurre que “El Mandarín” (Ben Kingsley), gran villano dentro de esta secuela, no es más que un fraude. El malo no es él, sino otro que anda de anónimo, uno que ha manipulado los traumas sociales y/o las estrategias gubernamentales cuando se trata de provocar el pánico, alterar el orden, despistar a la comunidad de la “verdad” e implantarle enemigos ficticios. Estos son pues evocaciones de filósofos que un día comentaron sobre las estrategias del miedo y el terror; que ciertos poderes han venido promoviendo, desde las primeras guerras civiles, un plan para distorsionar la imagen o revitalizar la mala fama de ciertos individuos, comunidades o culturas enemigas, fijándose así cual es el rostro del bien y del mal, el bando de los buenos y el de los malos. Esto ocurre en Iron Man 3 y Aldrich Killian (Guy Pearce), el verdadero enemigo, se lo explica al superhéroe en frases cortas.

Killian afirma que ha usado lo que los gobernantes siempre han hecho, mostrar un solo rostro del mal (Bin Laden, Hussein, Gadafi) y provocar el pánico global. El miedo y el terror se reducen en un solo personaje, lo demás entonces no importa o pasa desapercibido. ¿Qué dirían de esto ciertos pensadores? Que posiblemente muchos de esos “rostros del mal” que atormentaron a la sociedad nunca existieron, simple maniobra o paranoia. En Iron Man 3 es eso y, además, sí existe un villano, solo que este es invisible, simple ilusionista que juega con los miedos ajenos para crear en paralelo un plan malévolo, algo así como ciertas corporaciones que venden una imagen ideal, llena de salud y una serie de simbologías del bienestar, mientras que al otro lado del mundo hay un grupo de personas fabricando sus productos bajo estados infrahumanos. Los responsables o villanos, entonces pasan desapercibido.
Por lo demás, Iron Man 3 es la secuela más aburrida de la saga. Tony Stark (Robert Downey Jr.) no es Tony Stark, sino un tipo que ha sentado cabeza después ese tan citado suceso en Nueva York (Los vengadores, 2012), aquel que lo volvió menos egoísta, mundano, carismático, sensacionalista, showman y todos esos demás apelativos que después de todo era lo que llamaba la atención del personaje. Era observar al superhéroe cual estrella de rock. El nuevo Stark parece haber sido recién egresado de un grupo de retiro, es sentimentalista, se le enrojecen los ojos cada vez que abre sus emociones. Está más bien para el retiro. En referencia a su trama, Iron Man 3 tiene un record de diversos sucesos casuales, inexplicables, absurdos, gratuitos, dignos de un deux ex machina. Y sí, el Capitán América tenía toda la razón, ¿qué es Tony Stark sin su armadura? Un mal peleador, aunque con mucha suerte.

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