Hilarantes son algunos
momentos en que Daniel Castro (protagonizado por Daniel Castro) impone su
discurso y optimismo casi a un nivel enfermizo. Su alma de guionista de
musicales apasionado lo obliga a ser una especie de Quijote en cruzada a convertir
a una sociedad golpeada por la crisis en una más “culta”, esta entendida desde
sus propios conceptos. Lo cierto es que en su viaje no hay Sanchos ni
Dulcineas, más si hay abandonos o negativas de personas a la frecuencia de un
orden lejano a esa utopía. Ilusión
(2013) hace remembranza a ese mismo sueño que no está lejos del mito que
construyó Shirley Temple, sobre lo que significó su imagen para el crack del 29
en EEUU. De pronto la fantasía del musical fue una especie de aliciente para
recuperar a toda una nación de la catástrofe. Claro está, Castro no es Temple, ni
la España actual no es el EEUU de entonces (país que estaba a puertas de
convertirse en la Gran Potencia gracias a la II Guerra Mundial, no a los
musicales). Así como el Caballero de la Mancha, Castro no tendrá esperanzas,
salvo de otros orates que lo alimenten con sus propias fantasías. Está en su
destino el fracaso. Ilusión es
entretenida, no más. Si bien la comicidad tiene sus buenos momentos, es esta misma
la que hasta cierto punto hostiga y ridiculiza demás.
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