No se pierdan Los caballos de fuego y El color de la granada, ambas programadas en la presente edición del Festival Al Este de Lima. Dos películas valiosas, aunque vetadas en su tiempo.
Fundamental es la filmografía de Serguei Paradjanov entre los años 1964 y 1968, temporada en que germinó su mejor obra fílmica divorciada del canon establecido y momentos en que todavía la censura socialista no lo había frenado. El director de nacionalidad armenia, a principios cultivó un cine realista al igual que muchos otros directores originarios de países pertenecientes al círculo soviético. Es con Los corceles de fuego (1964) que Paradjanov rompe sus lazos con el prototipo de cine que moderaba el sistema. La historia de amor entre Iván y Marichka va más allá de una tragedia shakesperiana. El director no solo hurga en las tradiciones armenias, sino que además promueve una estética poética como la que se manifiesta en una película como La infancia de Iván (1962). La influencia a Andrei Tarkovsky es clara en este filme. Está presente también su admiración al cine ruso silente, siendo Aleksandr Dovzhenko uno de sus grandes referentes, director que además fue su tutor durante sus estudios en una escuela de cine.
Fundamental es la filmografía de Serguei Paradjanov entre los años 1964 y 1968, temporada en que germinó su mejor obra fílmica divorciada del canon establecido y momentos en que todavía la censura socialista no lo había frenado. El director de nacionalidad armenia, a principios cultivó un cine realista al igual que muchos otros directores originarios de países pertenecientes al círculo soviético. Es con Los corceles de fuego (1964) que Paradjanov rompe sus lazos con el prototipo de cine que moderaba el sistema. La historia de amor entre Iván y Marichka va más allá de una tragedia shakesperiana. El director no solo hurga en las tradiciones armenias, sino que además promueve una estética poética como la que se manifiesta en una película como La infancia de Iván (1962). La influencia a Andrei Tarkovsky es clara en este filme. Está presente también su admiración al cine ruso silente, siendo Aleksandr Dovzhenko uno de sus grandes referentes, director que además fue su tutor durante sus estudios en una escuela de cine.
Los corceles de fuego es un rescate a lo que el bloque socialista había prohibido.
Las antiguas costumbres, las creencias populares, los ritos, a estos se sumaba
la contemplación humanizada observada desde una perspectiva más espiritual y
sensible. Había una necesidad de Paradjanov por representar antes de demostrar.
Esto mismo abría paso a una estética tanto técnica como visual. El director en
este filme provoca una explosión de planos picados y contrapicados. Aquí su
influencia al cine de Tarkovsky. La cámara postrándose desde las alturas planeando
con omnipotencia o captando desde lo bajo una luminosidad natural que otorga
una mirada celestial. El ascenso o descenso suave del encuadre que acaricia el
paisaje y crea un efecto pasivo en la historia.
Paradjanov se sirve
también de movimientos de cámara que cambian bruscamente del plano medio al
primer plano. Hay una incesante búsqueda a un lenguaje trágico, lo que ya de por
sí solo se refleja en la etapa de luto de Iván (ese periodo monocromático) tras
el deceso de su amada. En la introducción al filme, Los corceles de fuego se presenta como una historia de amor y una
historia de leyendas vivas. Paradjanov cuando menciona “leyendas vivas” no solo
hace referencia a esa labor etnográfica de preservar la cultura armenia, sino
también la de relacionar ese romance trágico con lo imperecible. No existe una
ausencia de Marichka más que física. La agonía de Iván mantiene la leyenda
viva, la de un amor colapsado por la fatalidad, más aún latente.
Un poco ajeno a esta
línea narrativa es El color de las
granadas (1968), una película mística y de espíritu hermético. Al igual que
en Los corceles de fuego, Paradjanov
sigue explorando las tradiciones armenias, aunque esta vez contempladas desde
un sentido alegórico. Algo similar ya se había visto en su corto documental Los frescos de Kiev (1966), donde el
lenguaje estaba más a la merced de la representación y el performance. Las
técnicas de planos estéticos son reemplazadas por los planos fijos. Paradjanov
se inclinaba a un cine más contemplativo y profundo. En este no existen los
diálogos, sino los citados de frases o cantos de Sayat Nova, trovador armenio
del que intenta reflejar su biografía en clave simbólica.
El largo de la
película se convierte así en una serie de escenas que teatralizan las fases de
madurez, tanto física como espiritual, de esta personalidad criada bajo el seno
de una ritualidad al alma. Existe una senda por la que debe de caminar un
poeta, uno que aspira a la incesante búsqueda del sacrificio en vía de captar
la curación de su ser. La humanidad como vehículo trágico. A medida que se
recrea esto, Paradjanov revela una sensibilidad por lo artístico. Su cine es
más pictórico y visualmente pragmático. Hay además un enfoque a la literatura
testimonial. Es a partir de los cantos o rezos, ocasionalmente citados, que el
director infiere el esfuerzo por convertir la palabra en imagen, no dejando
atrás el sentimiento espiritual y poético propio del rito y la literatura
misma.
La versión que
actualmente se conoce de El color de las granadas
es un recorte de 20 minutos de su versión original, el mismo que llevaba por título
Sayat Nova. Fue la censura la que
obligó a Paradjanov modificar ciertos detalles y aplicar filtros que no
atentaran contra las modalidades soviéticas, las que incluían manifestar un esteticismo
decadente, excesivo culto al pasado y un no compromiso con el realismo
socialista. Serguei Paradjanov sería encarcelado años después por los cargos de
homosexualidad y atentado contra la fe pública. Más tarde su condena será
reducida a pedido de artistas compatriotas y de otros países, incluido Andrei
Tarkovsky. Paradjanov retomaría el cine y realizaría unas pocas películas más,
la mayoría codirigidas, esto gracias a que el Partido vigilaba de cerca sus
producciones. Será encarcelado otra vez y nuevamente liberado. Ya en sus
últimos años, había retomado su pasión por la escultura y el dibujo.
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