Solo como comentario: el absurdo nombre dispuesto por la distribuidora responsable, que fuerza convertir a una película oscura en un "cuento de hadas" (cuestión que ocurre aunque en términos de ironía).
La descripción es familiar:
Un hombre adulto y de contextura rolliza, vive con sus padres, es mantenido, gusta
coleccionar juguetes y otros utensilios que compra por el internet, bonachón,
aunque sin suerte con las mujeres. Es decir, el retrato de uno de los
prototipos más explotados en la comedia estadounidense de la última década. Son
los personajes fracasados con derecho a replantear sus vidas y aspirantes a formar
parte del fantasioso “Sueño americano”. Dark
horse (2011) es la historia protagonizada por uno de estos personajes
egresado de dicha fábrica. Abe (Jordan Gelber), con 30 años encima, encaja a la
perfección frente a todos los apelativos mencionados. Este individuo, sin
embargo, no será un Jonah Hill más. Todd Solondz, director de películas sobre personajes
sufriendo la rutina que les tocó vivir, le brindará a su protagonista un final distinto
al clásico happy ending. Durante el
largo de su filmografía, Solondz ha venido representando a personajes socialmente
humillados, los mismos que sintomáticamente emergen su lado perverso fruto de
esa abyección que los condena. Lo cierto es que en su última película, la
perversión no vendrá de su protagonista principal, sino de la misma fatalidad. Por
decirlo de otro modo, un destino impositivo e inapelable, y tal vez hasta
merecido.
Abe curiosamente
provoca lo que los otros personajes de Solondz causan. Existe una cierta
inclinación por admirar el lado sensible de estos individuos, tal vez
incomprendidos. Dentro de sus flaquezas y torpezas, existe en ellos una
simpatía natural que provoca compasión y ternura. Muy a pesar, la repulsión
siempre será instigadora. En medio de su carisma infantil, Abe se esfuerza por
promover una antipatía propia de su comportamiento risueño y hasta ególatra.
Desde su forma de vestir, pasando por su cuarto de virginal adolescente, hasta
la presunción de su estridente Hammer amarillo (casi un símbolo de castración o
incluso de su misma egolatría), hace de su personalidad insoportable. Dark horse en paralelo dispone en la
trama a otros personajes que alteran aún más dicha hostilidad. Solondz en
momentos es complaciente con su personaje, pero por otros es lapidario. En
medio de una realidad “injusta” que lo castiga y hasta lo trastorna, Abe halla
brotes de alivio. Es decir, su vida es un infierno con sus padres, pero la
alternativa de casarse le brinda esperanzas. Abe no tendrá el consejo de padre,
más si tendrá el auxilio de una secretaria, quien por cierto juega a la “hada
madrina”. Lo mejor de Dark horse sucede
a partir de la mitad, justo cuando la realidad y la fantasía se confunden. La
fantasía como único recinto en el que Abe podrá tener alternativa a lo más
cercano a un happy ending, lo que a
su vez será el tránsito de la comedia negra a una racionalidad sombría, casi
funesta.
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