Artículo publicado originalmente en el boletín del Festival de Lima, Vértigo.
La filmografía de Tsai
Ming-liang hasta la actualidad ha sido variada en cuestión de género. Además de
realizar películas en su mayoría dramáticas, en su haber se reconocen algunas comedias,
una de ellas con secuencias musicales (El
hoyo, 1998), mientras otra apuntando al erotismo (El sabor de la sandía, 2005). Su cine ha incursionado también por el
género documental y experimental. En cuestión temática, sus historias en
principio giraron en torno al descubrimiento de rutinas, personajes que eran
intrusos de estas mismas, hurtando vidas ajenas o simplemente espiándolas. Era
el mutismo emocional y reprimido que se canalizaba a través de fantasías
pasajeras. Seguido de eso llegaría su obsesión por un contexto en crisis,
futuros apocalípticos, un mundo azotado por una rara enfermedad o padeciendo
sequías. En medio de la devastación, el carácter humanitario y afectivo
reluciendo. Más adelante, Ming-liang se interesaría por un cine artísticamente
reflexivo y a la vez conmemorativo, haciéndole por ejemplo tributo al cine (Good bye, Dragon Inn, 2003) o
readaptando leyendas históricas a modo personal y artístico (Face, 2009).
Una última etapa
responde a su más reciente filme, la que además sería una especie de secuela de
su mediometraje Walker (2012). Journey to the West (2014) nuevamente
sigue el ritual del monje budista que “camina” por las calles de Hong Kong y
ahora hace lo mismo por las calles de Francia. A pesar de que este filme simula
imitar la misma premisa de Walker,
existe una frontera creativa que las diferencia una de la otra. A través de una
serie de planos generales, en su mayoría estáticos, Ming-liang otra vez contrasta
al caminante con la urbanidad. Es el andar parsimonioso deambulando entre la
rutina acelerada de la ciudad. Es el enfrentamiento entre la capacidad
espiritual y la cotidianidad insustancial. De la misma forma que en Hong Kong,
el monje a su paso va provocando curiosidad en los transeúntes parisinos.
Ming-liang invita al espectador a divisar la túnica roja que pasea suspendida
entre el gentío, esto entendido como una alegoría a la meditación. Es el
desnivel como centro de atención.
Journey to the west es también Denis Lavant aprendiendo de esa espiritualidad.
La llegada del monje como un encuentro con el occidente mismo, este representado
en la figura del actor francés que se convertirá en un pupilo del budista, una prueba
de que la meditación no posee exclusividad geográfica. A la línea de la
filosofía Zen, el espacio y el tiempo están ajustados al ser, uno que irá en
busca de la sabiduría a través de la meditación. Esto parece resumirse en una
escena al pie de unas escaleras en donde el monje en una misma secuencia va mutando
de planos. Es la perspectiva del objeto ubicado en un distinto punto del
espacio. Journey to the West finaliza
con un reflejo invertido, un punto de vista que parece distinguir la rutina del
monje o el artista frente a la rutina común que contempla encantada. Es la
mirada superficial de aquello que más bien es espiritual.
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