Como si se tratase de
una historia basada en algunos apuntes de Gabriel García Márquez, la última
película de Rubén Mendoza está muy influenciada en referencia a la temática del
patriarcado y los respectivos estragos de un largo proceder que no son más que la
representación de un imaginario social. Tierra
en la lengua (2014) se inicia a modo de documental. El abuelo Don Silvio
(Jairo Salcedo) descrito –o más bien mitificado– como el patriarca de una
numerosa y dispersa prole, de carácter violento y autoritario, ex militante,
mujeriego y otras joyas que solo confirman cómo su poder de dominación ha
penetrado por “años” en un vasto perímetro rural. Iniciada la ficción, Don
Silvio convocará a dos de sus nietos a fin de emprender su último deseo: su
muerte anunciada. Atrás de él han caído otros pequeños patriarcas; padres de
sus nietos que decidieron ceder al mando de su patriarcado. Hoy muertos, la
trama no parece reclamar nada más que el mismo fin de Don Silvio.
Tierra en la lengua si bien va trazando la índole imbatible de una leyenda
llanera aún viva, también va retratando el padecimiento de un anciano aquejado
por una enfermedad que poco a poco lo va deteriorando. Mendoza para esto no
deja de contemplar el paraje rural de llanos y fincas, amplios terrenos que son
pertenencia de Don Silvio y que curiosamente parecen predecir el fin de una
época. Desde animales moribundos hasta ajenos que reclaman tributo, son algunas
de las pistas que anuncian el próximo ocaso del patriarca. Tierra en la lengua muy a pesar parece dejar en claro que no hay
una extinción o negación de esa etapa autoritaria. Don Silvio no es víctima de
la satanización a pesar de alguna de sus infames hazañas. Existe una necesidad
por preservar al individuo y su memoria, el respeto a la herencia y las
costumbres que la implican. Hay un espíritu que le brinda reconocimiento; la
oda a un personaje que incluso merece “multiplicarse” en un futuro. ¿Será por
nostalgia o por puro masoquismo?
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