Lo mejor de Imagine (2012), y lo que además la
convierte en una película a valorar, es lo referente a ese modo en que el
espectador fraterniza con la nulidad visual que poseen algunos de sus
protagonistas. El director Andrzej Jakimowski dispone una “incapacidad de ver” al
negar la mirada omnipotente. Dado que ciertos personajes de esta historia
luchan por agudizar su sensibilidad auditiva y hasta sonora (aquello que serán
sus “nuevos ojos”) el espectador pierde la licencia de lograr avistar ciertos
objetos o presencias, aquellas que naturalmente un grupo de alumnos invidentes
es incapaz de ver, pero que sin embargo son percibidos por la sutil agudeza de
un maestro también ciego. Es así como de pronto las escenas del profesor
anunciando la llegada de un felino o un automóvil que tampoco vemos se repiten
una y otra vez.
La llegada de Ian
(Edward Hogg), un hábil profesor invidente, a una prestigiosa clínica
oftalmológica, será el inicio de una serie de situaciones que pondrá en
cuestionamiento su tratamiento, tanto por parte de los celadores de la
institución como por los mismos alumnos. El no uso de un bastón, seguido de la
orientación auditiva propio de los ruidos artificiales y naturales, serán las
principales motivaciones que irán en busca de la independencia tanto visual como
anímica. Imagine consiste pues en una
terapia sobre la confianza, y no solo hacia los sentidos no visuales, sino a la
misma personalidad de Ian, individuo que será cuestionado de inicio a fin. Esa
“incapacidad de ver” del espectador es incluso una brecha más que pone en duda
las habilidades sensitivas del terapeuta. El filme termina con un signo
optimista aunque con un sabor a fracaso. Andrzej Jakimowski no cae en trivialidades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario