lunes, 27 de octubre de 2014

Festival Transcinema: La princesa de Francia

El cine de Matías Piñeiro va de la mano con el teatro, y no solo por su formalidad, sino también por su misma temática. Desde El hombre robado (2007) hasta Viola (2012), sus películas se han visto descubiertas por la lectura/adaptación abierta, versión libre de estudios políticos como el de José Sarmiento u obras teatrales como las de William Shakespeare. Los personajes de Piñeiro se aprenden estos discursos o libretos, los repasan y por último los ponen en práctica. Es decir, lo adaptan a su cotidianidad (¿o es que tal vez siempre su naturaleza fue esa?). Empleada la práctica, sus protagonistas van gestando roces y tensiones. Los primeros conflictos entran en escena y el drama se aproxima. A su paso, Piñeiro pone en cuestionamiento la moralidad de estos “personajes de teatro”, personajes que actúan, fingen al asumir posturas que sus interlocutores creían eran lo opuesto. Los protagonistas de este director son hurtadores, sea de útiles como de afectos hacia personas. Amantes furtivos, enemistades y engaños se tejen en sus historias.
En La princesa de Francia (2014) Piñeiro se supera así mismo. Nuevamente un grupo de jóvenes parecen ser reflejos shakesperianos mientras van intentando representar una obra teatral del inglés. A diferencia de los anteriores filmes del argentino, en esta ocasión un personaje masculino será el centro de los conflictos, motivador de desencuentros y anticuerpos entre los demás personajes, en su mayoría personajes femeninos. Víctor (Julián Larquier) regresa a su país después de un año y con eso despierta amores, enciende nuevas pasiones y revive resentimientos. Como lo dicta el libreto de “Trabajos de amor perdidos”, la hipocresía, una de las palabras comúnmente citadas en el texto, es también un eco en el filme. Las mujeres, actrices que representarán una versión radial de esta obra de Shakespeare, abrigan sus secretos o delitos, mientras fingen simpatía mutua con las demás. Todo es producto de un amor arrebatado, un engaño, y lo que gesta la hipocresía. La princesa de Francia sin embargo no solo es adaptación “fiel” de un libreto, sino también la(s) versión(es) personal(es) del director, quien no duda en filtrar escenas guardadas, íntimas, posibilidades de hechos que no sucedieron. Hay sucesos que tienen más de una versión. Matías Piñeiro fabrica ficción tras ficción.

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