Los yihadistas han
tomado el control de Tombuctú. No solo sus armas son las que han restringido la
vida de sus habitantes, sino que también las nuevas leyes y castigos que estos
mismos extremistas han comenzado a poner en práctica. Timbuktu (2014) no solo es un retrato sobre un fanatismo religioso.
Es también el retrato de un absurdo. El último filme del mauritano Abderrahmane
Sissako se inclina a representar un drama real y actual desde una contemplación
objetiva. Su sencillez parece empeñarse en crear un cuadro veraz de la
situación. La historia no presenta estereotipos ni falsas fantasías. No percibe
incluso una necesidad de satanizar a los enemigos o martirizar a los
desvalidos. El drama central, sobre el incidente entre un ganadero y padre de
familia frente a un pescador, no se perfila a ser un hecho extraordinario que
desatará el lado más ortodoxo de esta suerte de “colonizadores”. Dicho suceso y
sus consecuencias se presentan como parte de una rutina, la cual se va
intercalando con otros sucesos igual de absurdos y desafortunados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario