Desde Casa lava (1994) hasta su actual Cavalo Dinheiro (2014), el enfoque
temático del director portugués ha contemplado la rutina de los habitantes de
mundos decadentes. Salvo por un par de cortos, el resto de cine de Pedro Costa
es un cine sobre los desprotegidos. O
sangue (1989), su ópera prima, es de hecho su único desvío en cuestión a
este recurrente. Muy a pesar, son dos rasgos principales de esta película las
que Costa ha venido reciclando hasta el día de hoy. Una de ellas es sin duda
esa iluminación virtuosa, el gran vital en la filmografía del director. Los
rayos de luz que se filtran entre la penumbra, la claridad de la luminosidad
artificial que enciende los rostros en primeros planos, su fascinación por los
claroscuros. En adicional, O sangue es
también un viaje extraño. En su trama percibiremos la historia de dos hermanos,
un romance, una desaparición, o tal vez una muerte. Son muchas las situaciones
estancadas, o más bien, cercenadas por una edición que es abrupta, que
adicionalmente otorga una atmósfera misteriosa y, por lo tanto, seductora. Esto
último también sucede en Cavalo Dinheiro.
La película se inicia
con una sucesión de fotografías. Hay una evocación al pasado. En estas vemos a
individuos pertenecientes a finales del siglo XVIII o inicios del XIX. Los
escenarios son distintos. Parecen ser áreas rurales, en otras son calles, un
bar, lugares que tal vez ya ni existen. Hay también escenas de rutina. Familias
reunidas, niños jugando, algunas personas posando. Finalizada esta especie de
prólogo, la imagen cede su espacio al retrato de un desconocido. Acto seguido, se
manifiesta el que será el protagonista de la película, y a quien no veremos su
rostro con claridad sin antes verlo desde una perspectiva desenfocada, caminando
por un pasaje oscuro con apenas una luz centellante y frontal que le pega al
individuo directo a los ojos. Un cuadro totalmente espectral. Cavalo Dinheiro inicia con planos del
personaje acercándose o alejándose desde o hasta el otro extremo, siempre entre
la penumbra y sumada a una luz austera que reaviva, por ejemplo, el rojo de la
única prenda que usa esta especie de zombi, quien parece estar descendiendo
directo al mismo recinto de Hades.
Un detalle curioso es
que durante esta marcha, vemos cómo el contexto irá cambiando para la siguiente
escena, esto a pesar de que percibimos que el tiempo sigue lineal. Lo que en
inicio nos invitaba a suponer que eran los interiores de un hospital
abandonado, luego parece ser las escaleras que dirigen directo a unas
catacumbas, más allá el lugar se torna aún más cavernoso. Lo que es seguro es
que el personaje está ingresando a un lugar cada vez más profundo y estrecho.
Costa retorna a esa formalidad narrativa que ya había empleado en O sangue. Tanto el tiempo como el
espacio, e incluso su mismo argumento, son desiguales. Cavalo Dinheiro es un viaje a la mente de Ventura, el también
protagonista de Juventud en marcha
(2006). Es a través de este que vemos a los tiempos y a los lugares confundirse
o hasta mezclarse. Lo veremos también hablar con personas que existen o que
existieron. En sus recuerdos prima sin embargo su vida como peón junto a un
grupo de colegas en la década de los 70, además de sus vivencias ocurridas en
tiempos de una revolución, una temporada de represión a la que pudo sobrevivir.
Cavalo Dinheiro es de seguro el trabajo más elaborado que haya realizado Costa.
La propuesta fílmica que aquí se plantea es más compleja y nutrida que lo que se
ha visto en sus anteriores películas. Hay un propósito al emplear insistentemente
una fotografía de colores cenizos y desgastados, la cámara que encuadra en fondos
con texturas agrietas, la iluminación que se condensa de forma estratégica
parece revalorar el cine silente en su estado expresionista, sus citadas locaciones
decadentes e inhabitadas. Todo se alinea al margen del estado anímico de sus
personajes. Muy a pesar, dentro de la lucidez por calzar toma una serie de
recursos que se vinculan, que están bien pensados y argumentados como propuesta
fílmica formal y estética, me es imposible serle indiferente al tedio que
provoca por ciertos momentos el estilo de Pedro Costa. Y no lo menciono por
referencia a esa narrativa accidentada o escabrosa que por ejemplo también se manifiesta
O sangue, una película atractiva
aunque poco citada, sino por el mismo tratamiento de una evocación sonámbula
que hasta cierto punto mitiga la fascinación. Una secuencia musical, además de
otras más compuestas por planos angulares, en ciertos casos, dándoles ligeros contrapicados,
me da que pensar que por momentos se cede a un cine artificial, como si el
director adulterara su propio cine.
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