domingo, 31 de enero de 2016

Brooklyn: un amor sin fronteras

A diferencia de otras películas sobre migrantes europeos rumbo a los EEUU, Brooklyn (2015) no desea ser un testimonio sobre la persecución al “Sueño americano”. El filme de John Crowley es más bien un relato sobre la nostalgia. Una joven viajará rumbo a otro continente no por urgencia ni por obsesión, sino por mera oportunidad que le ha ofrecido desinteresadamente la iglesia a la que pertenece. Es así como se inicia el viaje a una nueva vida. El intercambio de la paisajista vida del terruño irlandés por el estilo citadino y agitado de una de las ciudades de New York. Aquí la historia no desata algún desencuentro o desencanto con el lugar. Crowley, por tanto, no asigna a su protagonista principal una serie de agonías propias del imaginario sobre la inmigración. Todo lo contrario. La joven Ellis (Saoirse Ronan) va calzando “cual anillo al dedo” en este nuevo contexto, espacio en donde no solo los irlandeses, sino también otras naciones, han comenzado a fundar sus comunidades en este lugar del que poco a poco están haciéndolo suyo.
La estadía de Ellis se convierte así en un proceso de adaptación. En distintos ámbitos y situaciones, veremos a la encantadora joven tomando partido de esas nuevas oportunidades que se le presentan y también de las experiencias que en su momento no acontecieron en su lugar natal, tal como el amor. Ya para la mitad de la historia, y para cuando Ellis parecía añorar menos ese lugar llamado Irlanda, un suceso le hará virar nuevamente a esa nación de la que un día partió. Es con este quiebre en su historia que Brooklyn afirma ese carácter nostálgico, a consecuencia de una partida. Muchas cosas cambiaron y otras no en el pueblo donde vivió, y, sin embargo, todas estas parecen atraer a la nueva Ellis, quien, de igual forma, no desencaja. Ni sus vestidos ni sus nuevas aptitudes crean un muro ante sus conocidos. En su lugar, son más bien ellos los fascinados por esta Ellis renovada. La joven, por su lado, se verá envuelta por la melancolía, sentimiento que para el final de la película le reclamará también desde el otro lado del Pacífico. Brooklyn no es una gran película, ni mucho menos manifiesta algo novedoso. Hay, sin embargo, un carácter emocional, en gran parte proyectado del carisma de la actriz Saoirse Ronan, que la hace reconfortante por momentos.

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