A diferencia de otras
películas sobre migrantes europeos rumbo a los EEUU, Brooklyn (2015) no desea ser un testimonio sobre la persecución al “Sueño
americano”. El filme de John Crowley es más bien un relato sobre la nostalgia.
Una joven viajará rumbo a otro continente no por urgencia ni por obsesión, sino
por mera oportunidad que le ha ofrecido desinteresadamente la iglesia a la que
pertenece. Es así como se inicia el viaje a una nueva vida. El intercambio de la
paisajista vida del terruño irlandés por el estilo citadino y agitado de una de
las ciudades de New York. Aquí la historia no desata algún desencuentro o
desencanto con el lugar. Crowley, por tanto, no asigna a su protagonista
principal una serie de agonías propias del imaginario sobre la inmigración.
Todo lo contrario. La joven Ellis (Saoirse Ronan) va calzando “cual anillo al
dedo” en este nuevo contexto, espacio en donde no solo los irlandeses, sino también
otras naciones, han comenzado a fundar sus comunidades en este lugar del que
poco a poco están haciéndolo suyo.
La estadía de Ellis se
convierte así en un proceso de adaptación. En distintos ámbitos y situaciones,
veremos a la encantadora joven tomando partido de esas nuevas oportunidades que
se le presentan y también de las experiencias que en su momento no acontecieron
en su lugar natal, tal como el amor. Ya para la mitad de la historia, y para
cuando Ellis parecía añorar menos ese lugar llamado Irlanda, un suceso le hará
virar nuevamente a esa nación de la que un día partió. Es con este quiebre en
su historia que Brooklyn afirma ese
carácter nostálgico, a consecuencia de una partida. Muchas cosas cambiaron y
otras no en el pueblo donde vivió, y, sin embargo, todas estas parecen atraer a
la nueva Ellis, quien, de igual forma, no desencaja. Ni sus vestidos ni sus
nuevas aptitudes crean un muro ante sus conocidos. En su lugar, son más bien
ellos los fascinados por esta Ellis renovada. La joven, por su lado, se verá
envuelta por la melancolía, sentimiento que para el final de la película le reclamará
también desde el otro lado del Pacífico. Brooklyn
no es una gran película, ni mucho menos manifiesta algo novedoso. Hay, sin
embargo, un carácter emocional, en gran parte proyectado del carisma de la
actriz Saoirse Ronan, que la hace reconfortante por momentos.
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