Existe apenas un paso que
distancia al cinismo de la perversión. Este paso, sin embargo, es uno largo. Un
paso que implica además una nueva visión (o perspectiva) en base a los
conceptos de la moral. ¿Qué hallas en medio de ese tránsito? Lo posible es que te
veas enfrentado ante una crisis existencial, mucho pesimismo, un estancamiento
personal, negación o decepción frente a lo real. Son básicamente los síntomas
por los que pasa un profesor de filosofía en la más reciente película de Woody
Allen. Hombre irracional (2015) forma
parte de un proyecto casi personal sobre cómo el director ha venido
contemplando el comportamiento de la conciencia frente al dilema ético. En su
historia un depresivo Abe Lucas (Joaquin Phoenix) ha llegado a una nueva
universidad para enseñar. Ni la zalamería del campus ni las amantes “a
disposición” parecen motivar al recién llegado. Si no son sus palabras, es su
mirada gacha, su postura encorvada y su prominencia abdominal las que delatan
su mentalidad sombría y desalentada.
Qué es sino Abe un
prototipo sacado de la mentalidad romántica. No es de extrañar ver al desolado
profesor flirtear con el suicidio o verlo contemplar la inmensidad del mar
desde el vértice de un acantilado (como queriendo recrear el famoso cuadro de
Friedrich). Lucas es síntoma del filósofo existencialmente bloqueado, es el
poeta que rompió sus versos, que se dio cuenta que su proyección intelectual
(tan aclamada por una mediocridad colectiva) no fue de utilidad para el mundo.
Es decir, el problema radica tanto desde dentro como desde fuera, desde sí mismo
como desde su propio contexto. Hasta ese momento Allen hace una recreación de
sus personajes frustrados. Aquellos que se niegan a ser un “punto ciego” más
dentro de la sociedad. Hay una necesidad de estar por encima del resto, como,
por ejemplo, pasa con la protagonista de Blue Jasmine (2013). Lo cierto es que Abe no aspira a una mera banalidad o
escala social. Su condición de filósofo lo incita más bien a una aspiración
humanista.
Hasta antes de la
mitad, Hombre irracional nos muestra
a un individuo dominado por la razón, o lo que es estar en función a las normas
de su sociedad. Ya para cuando acontece un evento en donde el azar se abre paso
en la vida del profesor, Abe no solo habrá encontrado un “sentido a su vida”,
sino que además se habrá despojado de sus túnicas románticas para entonces ser
un nuevo hombre, esta vez razonando librado de las condiciones de la sociedad,
tales como la moral. A partir de aquí, Allen no solamente vuelve a Friedrich
Nietzsche, sino que también revisita la literatura rusa, la de Fiodor
Dostoyevski. Hombre irracional reformula
lo que Allen había desarrollado en Match
point (2005). Contemplar a las dos películas a la par es observar ese
tránsito del cinismo a la perversión, o cómo es que el hombre justifica un
delito moral. Mientras que el protagonista de Match point se queda aislado en su cinismo, Abe se convierte en un
sujeto perverso, pues ha llegado a divorciarse por completo del razonamiento
moral establecido. Libre de culpa o ley real que le impida aplacar lo que para
él es lo justo.
Hombre
irracional logra
interesar más bajo dichos conceptos que por su sola trama, una que se desplaza
por la comedia romántica, el drama criminal y luego el detectivesco. Claramente
el atractivo de la película es la mentalidad de su protagonista principal. Abe
es el centro de los otros personajes. Su presencia es objeto de deseo. Se ve en
una profesora y una alumna, ambas obsesionándose con su retrato distante y
sombrío. La misma fotografía incluso responde al estado emocional del profesor
que para en principio es tenue y depresiva, posteriormente despejada y jubilosa.
Woody Allen con Hombre irracional demuestra nuevamente sus dotes de trágico moderno. La historia en sí es truculenta, especialmente la
mente perversa de su protagonista, sin embargo, las notas musicales no dejan de
entonar brincos propios de una screwball o comedia sofisticada.
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