viernes, 22 de enero de 2016

Los 8 más odiados

The killing (1956) narra la historia de un robo que, si bien parece el atraco perfecto, de pronto todo comienza a salir mal. Esa premisa es la que plantea Quentin Tarantino en Reservoir dogs (1992) y toma además como centro de atención. A diferencia de la película de Stanley Kubrick, aquí la historia inicia con el robo perpetrado. Incluso hasta el final, poco nos hemos enterado del mismo. Lo que prevalece en el relato es cómo los implicados irán perdiendo el control luego de reunirse en un mismo lugar. En Los ocho más odiados (2015) nuevamente esta rúbrica se ve aplicada, solo que esta vez un robo no es el motivador para un grupo de personajes. ¿Qué diferencia percibimos del Tarantino de la ópera prima frente al Tarantino de su “promocionada” octava película? No hay duda que lo más visible es su nivel de producción. Hoy en día Tarantino es sinónimo de carta segura para la gran industria, lo que le permite poder darse el lujo de crear una película de altos costos. Por lo resto, Tarantino ha sido siempre fiel a su estilo hasta el día de hoy.
En adición, si algo ha venido enriqueciéndose en el director son sus modos en cómo descubrir la tensión. El cine de Tarantino es violento, o sea, prevalece de la tensión para que la violencia sea consecuente. Pueda ser por eso que Django sin cadenas (2012) es por momentos desabrido por el propio hecho de manifestarse una violencia injustificada y hasta pueril. Los ocho más odiados, sin embargo, revitaliza ese poder de generar la tensión. La película en principio parece querer asegurarse en dar forma y sentido a las personalidades de John Ruth (Kurt Russell) y el mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson). El conocer los antecedentes de estos dos cazarrecompenzas es prioritario, como, por ejemplo, el saber sobre las tensiones de la coyuntura de entonces. La Guerra Civil en EEUU recién había terminado y en términos que en parte beneficiaba a los de la Unión y obviamente disgustaban al bando de los Confederados. Son también las justificantes del porqué Ruth decide llevar “viva” a una buscada prisionera. El concepto que tiene este mismo sobre la ley y el castigo, tomará sentido para el final de la película.

Por lo tanto, el largo inicio y “sin balas” dentro de una diligencia, no solo servirá para presentarnos a los personajes que viajan en esta. La prioridad aquí es establecer el orden de la tensión y comprender los comportamientos de los protagonistas que posteriormente serán puestos a prueba en una conocida fórmula del director. Lo que le claro a Tarantino es que para dar rienda suelta a la tensión –entendido como un preámbulo a la violencia–, es de carácter obligatorio reunir a sus protagonistas en un mismo lugar, sea un depósito, una iglesia en un desierto o un bar nazi. Es de absoluta importancia además que este sea un lugar no público, y si lo es, los límites del recinto deben simular el encierro, sea a través de sus ajustadas dimensiones o la poca concurrencia. Si somos conscientes de eso, entonces sabremos que la llegada de los dos cazarrecompensas a una posada en donde se aloja un grupo de desconocidos es el lugar en donde correrá un río de sangre.
Los ocho más odiados, en efecto, logra dar aviso de la proximidad de su clímax para cuando todos los personajes coinciden –algunos premeditadamente– en ese espacio reducido. El primer y gran imprevisto se genera con la llegada de una tormenta. Entonces los forasteros tendrán que hacer posada contra voluntad hasta que el clima vuelva a la calma. Hasta entonces, y sin suponer lo que se propone el director, ¿qué tenemos? Están un mayor negro que perteneció a la Unión y un general de los Confederados veterano, además de un cazarrecompensas resguardando celosamente a su presa de un grupo de desconocidos; todos bajo un mismo techo. Pero hay más, pues de hecho la trama es más complicada. Se podría decir que a medida se iba tejiendo una historia, otro grupo de personajes estaba fabricando una propia, la misma que se narrará a su momento. Tarantino, al margen de la tensión, gusta filtrar una historia alterna a modo de dar el “tiro de gracia”. Caso similar, es el secreto de Mr. Orange en Reservoir dogs. En Los ocho más odiados está también esa otra historia que una parte de los personajes ignora y que el director descubre al espectador para el momento más adecuado.

Qué más se puede valorar de una película como Los ocho más odiados. La riqueza de sus personajes, desde los que tienen más protagonismo como los que tienen menos. El cinismo del mayor Marquis Warren es de hecho lo más atractivo del grupo. Es en su diálogo con el general confederado, este interpretado por Bruce Dern, en donde se observa de lo que está hecho. Ofreciendo en principio un plato de comida y luego regodeándose ante el sufrimiento de su interlocutor. Warren es maquiavélico. A este le sigue la prisionera Domergue, muy bien interpretado por Jennifer Jason Leigh. De las pocas grandes actrices subvaloradas actualmente. Su personaje desmitifica el género que representa, sin embargo, no cabe incluso denotarla como un personaje masculinizado. Domergue es una de las villanas más buscadas, es perversa y rastrera, y eso es lo que representa y nada más. Caso de la fotografía y sobretodo la banda sonora, bien interpretados por colaboradores frecuentes de Tarantino, Robert Richardson y Ennio Morricone. Si bien es la primera vez que Tarantino trabaja junto al compositor italiano, las bandas sonoras de Morricone siempre han sido citadas u omnipresentes en otras de sus películas.
Los ocho más odiados es de lejos mejor que Django sin cadenas. A pesar de esto, ciertos asuntos no la convierten por sí sola en un gran filme. Al igual que en otras de sus películas, Tarantino estructura su relato mediante capítulos. Lo cierto es que, a diferencia de Pulp fiction (19949 o Kill Bill Vol. I (2003) en donde se aplica este uso, en su último filme dicha estructura no resulta necesaria, incluso tratándose de un extracto en donde el director decide emprender un flashback. En Los ocho más odiados no existe un héroe cumpliendo fases como tampoco personajes desarrollando una historia desde su propia perspectiva. Por otro lado, ese ingenio de Tarantino para los diálogos resulta menos elaborado, y eso se percibe sobretodo en la secuencia dentro de la carroza, en donde el diálogo toma cierta monotonía. El ser transcendental no necesariamente lo convierte en una conversación atractiva. Quentin Tarantino filma además en 70mm, un formato propiamente paisajista, pero que se desenvuelve en gran parte en interiores. Por último, el final de su historia, uno que está entre lo complaciente hasta decepcionante. Es tal vez lo más cercano a un happy end a lo Tarantino.

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