lunes, 18 de enero de 2016

No estamos solos

A las afueras de las alcobas de los recién establecidos, la cámara acompaña a una entidad que va emitiendo crujidos a medida que desciende de una escalera. Luego se planta y deja una marca de su presencia. Esa escena descrita es lo mejor en No estamos solos (2016), la nueva película de terror de Daniel Rodríguez, quien hace un par de años realizó El vientre (2014). En comparación con esta última, en su más reciente filme existen ciertas mejorías, las cuales van desde la composición del suspenso hasta la interpretación de sus actores. En la historia, nuevamente los personajes están apartados de la ciudad. En lo que al parecer fue una hacienda, una familia de a tres tendrán que lidiar con el intimidamiento de presencias fantasmales que acechan el lugar. Rodríguez parte y construye su nuevo relato en base a constantes dentro del género. Ese es de hecho el gran pormenor de la película.
De entre la historia, es tal vez lo más desacertado la inserción de un personaje que juega a ser cura y detective obsesivo de la casa embrujada en cuestión. Curiosamente, la resolución de este mismo tiene un giro no premeditado, de quien en su lugar se espera una especie de redención o curación espiritual. A pesar de todo, No estamos solos no aburre ni exaspera. El crédito llega debido a su ambientación y a cómo el suspenso se va abriendo. Lástima que Rodríguez se incline ocasionalmente por rúbricas tan caducas como, por ejemplo, el incómodo y tan predecible efecto susto. Un detalle a valorar. Es curioso ver cómo la figura del padre carece de sentimentalismos para con la hija. La historia en general parece desear librarse de ciertos conceptos, sin embargo, su mismo esquema está afianzado en lo trivial.

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