A las afueras de las
alcobas de los recién establecidos, la cámara acompaña a una entidad que va
emitiendo crujidos a medida que desciende de una escalera. Luego se planta y deja
una marca de su presencia. Esa escena descrita es lo mejor en No estamos solos (2016), la nueva
película de terror de Daniel Rodríguez, quien hace un par de años realizó El vientre (2014). En comparación con
esta última, en su más reciente filme existen ciertas mejorías, las cuales van
desde la composición del suspenso hasta la interpretación de sus actores. En la
historia, nuevamente los personajes están apartados de la ciudad. En lo que al
parecer fue una hacienda, una familia de a tres tendrán que lidiar con el
intimidamiento de presencias fantasmales que acechan el lugar. Rodríguez parte
y construye su nuevo relato en base a constantes dentro del género. Ese es de
hecho el gran pormenor de la película.
De entre la historia,
es tal vez lo más desacertado la inserción de un personaje que juega a ser cura
y detective obsesivo de la casa embrujada en cuestión. Curiosamente, la
resolución de este mismo tiene un giro no premeditado, de quien en su lugar se
espera una especie de redención o curación espiritual. A pesar de todo, No estamos solos no aburre ni exaspera.
El crédito llega debido a su ambientación y a cómo el suspenso se va abriendo.
Lástima que Rodríguez se incline ocasionalmente por rúbricas tan caducas como,
por ejemplo, el incómodo y tan predecible efecto susto. Un detalle a valorar.
Es curioso ver cómo la figura del padre carece de sentimentalismos para con la
hija. La historia en general parece desear librarse de ciertos conceptos, sin
embargo, su mismo esquema está afianzado en lo trivial.
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