Gracias al apoyo de Cinencuentro, iremos posteando críticas a algunos filmes relacionados al entorno nacional que por estas fechas se están presentando en la actual edición del Festival de Berlín.
En el documental Workingman’s death (2005), el director
Michael Glawogger viaja a una serie de países en busca de algunos trabajos más
extremos que pudo haber inventado el hombre. Si bien dichas rutinas laborales son
interpretadas como actividades sostenidas bajo condiciones dramáticas, para sus
practicantes, estas mismas están asimiladas e impuestas bajo sus situaciones y
contexto propio. Dicho esto, además de enterarnos sobre el despliegue de ese
tipo de faenas salariales, a través de este documental también iremos
comprendiendo esos imaginarios sociales acondicionados a esas misiones extremas
en cuestión. En vía a esto, Eldorado XXI (2016)
es un documental que hubiera fascinado a Michael Glawogger, director que hace
algunos años partió de este mundo dejando en su haber otros documentales que,
de igual forma, abordan esa labor antropológica sobre el historial laboral actual
humano. Existe, sin embargo, un modo de tratamiento distinto que convierte al
documental de Salomé Lamas en un estudio que profundiza en el conocimiento a
una comunidad, a propósito de una labor extrema.
Eldorado XXI se inicia con un plano fijo postrado en la cresta de una pedregosa
montaña. En imagen, vemos una doble hilera de mineros en plena faena. Unos
regresan y otros marchan a una de las tantas minas localizadas en La Rinconada
(Puno, Perú), ciudad considerada como una localidades con mayor altitud en el
mundo. Son cerca de las 6pm. El atardecer se hecha a un costado y la noche va
tomando presencia. En paralelo, voces en off
nos irán localizando al contexto. Una serie de personajes dará en manifiesto
sus experiencias y creencias en relación a lo que viven, o lo que se está
viviendo, en dicha comunidad. En esto consiste solo la primera parte de la
película. El documental se va construyendo en base a la oralidad. Lamas
aglomera diversos testimonios de los pobladores en La Rinconada y, mientras
tanto, el desfile de mineros no cesa. Es como si la imagen de fondo consolidara
esa gran razón del porqué todas esas voces, y muchas más, se encuentran en ese
espacio retirado.
Es en esta primera
fracción que el filme se perfila a una visión antropológica. El inicio de un
primer testimonio sobre la llegada de una pareja a ese lugar desconocido, lleno
de rumores, sueños y fracasos, y en donde el progreso y las oportunidades son
una suerte de quimera, remonta a esa necesidad humana por expandir un conocimiento
mítico, el cual no solamente se manifestó siglos atrás en el territorio
sudamericano (de ahí la alusión a “El Dorado”), sino también halló sus propias
versiones en continentes como África o Asia, sea por los tesoros perdidos de
los egipcios o los enterrados junto al cuerpo de Genghis Khan. Eldorado XXI parte desde una premisa en
donde toda comunidad parece ser producto de una motivación; parte real, parte
invención. Tanto la materialidad como las creencias, son primordiales para
fundar una sociedad. Entonces, es a continuación de ese primer testimonio que
se van revelando todas esas implicancias que provoca toda comunidad emergente:
la estructuración social, un orden público, los bandos políticos, la religión,
la preservación y adopción de nuevas costumbres.
En una segunda parte,
el filme vira a una contemplación etnográfica. Es la cámara registrando las
rutinas de los mineros de la comunidad de La Rinconada. Hay un apego especial
por retratar las costumbres y tradiciones, la cual trasciende de la herencia
milenaria de los primeros pobladores que surcaron los Andes peruanos. La
fílmica de Salomé Lamas (Golde dawn; A comunidade; Encounters with landscape) parece manifestar una fascinación por
los espacios explorados por pocos, en donde además se fundan creencias y
hábitos. Eldorado XXI pueda engendrar
en un principio un nuevo prejuicio sobre el exotismo, sin embargo, a medida que
el filme y sus protagonistas van comunicándose, impulsados por sus dogmas,
logros o carencias, se va proyectando un modelo de sociedad que no es ajena a
las dinámicas y realidades de los espacios urbanos. Así como en Workingman’s death, Michael Glawogger no
se limita en observar el lado trágico de ciertas realidades laborales frágiles,
sino que también revela un vínculo humano en referencia a un optimismo latente que apunta a la superación
personal-comunitaria.
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