Angélique (Angélique
Litzenburger) ha laborado casi toda su vida en un club nocturno. La vejez ahora
ha comenzado por hacerle notar que los tiempos de antes ya no son. Los clientes
le escasean, salvo por uno; un hombre jubilado que ha optado por ofrecerle una
vida de matrimonio. Esto implica estabilidad, abstinencia y todo ese “orden” al
que la mujer se había mantenido en raya. Mil
noches, una boda (2014) no es un drama sobre la vejez, la redención, sea
con la vida misma o con el círculo familiar. Tampoco es una historia de amor.
Esta ópera prima realizada por Marie Amachoukeli-Barsacq, Claire Burger y
Samuel Theis, es el retrato de una personalidad que es irreversible. Durante la
trama, veremos a Angélique forzándose por encajar en su nuevo estilo de vida, y
no solo como novia, sino también como madre. De pronto, la convivencia con su
futuro marido y la reconciliación con su hija, no han sido propias
motivaciones, sino estímulos de segundas personas. Mil noches, una boda es la historia de un personaje bostezando
entre tanto escenario que apenas le genera estímulos pasajeros. Lastimosamente,
eso es lo que de paso también provoca la película.
No hay comentarios:
Publicar un comentario