En Yo, Olga Hepnarová (2016) los
acontecimientos biográficos de una joven transcurren con la premura y
puntualidad de un diario. Las frases mentales adjuntas a los sucesos que rodean
a Olga (Michalina Olszanska) se dictan a manera de un confesionario epistolar.
Esta dialéctica, por tanto, se convierte en una interiorización al personaje.
Así como en Diario de un cura rural (1951),
aquí la consciencia se ve expuesta. Sin embargo, a diferencia de la película de
Robert Bresson, los directores Petr Kazda y Tomás Weinreb no convierten este “diario”
en una fuente de expurgación de culpas. En su historia vemos más bien a una
mujer convenciéndose de su odio irreprochable hacia las personas que la rodean.
Lo que comenzaba a germinar a propósito de su inconformidad para con su círculo
familiar, más adelante se va generalizando a la amplitud del circuito social. Su
cáncer de aversión se va extendiendo. De pronto es ella versus el mundo;
incomprendida, castigada, empujada a hacer algo que la misma sociedad la ha
obligado a hacer. Olga, a final de cuentas, hará “justicia” con sus propias
manos.
A propósito de Bresson
y otros cineastas franceses (Truffaut, Garrel, Hansen Love), quienes han concebido
una serie de películas en donde vemos historiales de personajes madurando o
educándose a la línea de una época, la
película de Kazda y Weinreb postra también a Olga, aparentemente, respondiendo
a un periodo, el cual, en su lugar, la ha postrado a un estancamiento emocional
y racional. Es la década de los 70. No ha pasado mucho tiempo desde la
Primavera de Praga, evento en el cual el Comunismo Soviético terminó por afianzar
sus dinámicas de represión en la República Checa, la misma que sirvió de
advertencia para los otros países de Europa del Este. Olga, de esta forma, parece
convertirse en foco de coacción. Su homosexualidad, su misma personalidad ermitaña
y arisca, motivará una serie de acusaciones y sanciones, que, curiosamente, no
se aclaran con exactitud. Muchas de las penurias por las que pasa su
protagonista se basan en acusaciones de apariencia arbitraria. Ya más adelante,
para cuando se abre el relato judicial, Olga asume un perfil y una facción
distinta a la que aludía para cuando aún era integrante de la sociedad. Se
evidencia entonces una locura; aunque no se sabe si esta siempre fue precedente
o acaso un síntoma tardío de la represión.
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