Por encima de su trama
conflictiva y demencial sobre simpatizantes y detractores soviéticos, Ausma (2015) es atractiva a propósito de
su montaje, cuestión que no solo trae a la memoria a un director como Sergei
Eisenstein –de quien toma la premisa de El
prado de Bezhin, obra vetada y desaparecida por el filtro de Stalin, para
inspirarse en su historia–, sino también a otros como Miklós Jancsó o Aleksey
German; directores que se vieron atraídos por el despliegue de extras muy bien
sincronizados por un ritmo de cámara en movimiento continuo, a través de travelling y encuadres que provocaban un
aire coral. La directora Laila Pakalnina asume además un filtro monocromático, otorgando
a su historia un carácter profético y trágico, sentimiento que también se
desplegaba en los relatos de los directores citados, sobre revolucionarios que saltan
de un ambiente de incertidumbre a uno dramático.
Ausma (Amanecer) es el retrato de una granja que lleva ese mismo nombre. Esta
entra en conflicto luego que un padre fuera denunciado por su hijo –de no más
de diez años– ante los vigilantes soviéticos, a consecuencia que el adulto se resistiese
a las nuevas normativas establecidas por los comunistas, quienes han venido expandiéndose
en toda Letonia. Pakalnina recrea una historia infame sobre una familia
traicionándose en pos de sus propias causas o resentimientos. El concepto del
héroe, en tanto, es paradójico. El resto de personajes, enteramente secundarios,
se disponen a alinearse sobre a una de las dos filas. Así como en las películas
de Sergei Eisenstein, hay un ambiente que está en ascuas. La comunidad asume
claramente su postura y, mientras tanto, hay otra dispuesta a frenarla. La
visión de la película, sin embargo, no se alía con ninguno. Su perspectiva es la
de un espectador divirtiéndose con un espectáculo infantil. De pronto, toda
idea aquí parece informal, recién encurtida, como los mismos niños scouts
adoctrinados por los soviéticos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario